El Profesor trabaja en el ordenador de la
mesa de dibujo. Noche entra de la calle. Da un portazo. Aparece en el salón y
arroja al sofá y sin miramientos la chaqueta y la mochila que trae en la mano.
Se pone en jarras, mira al Profesor, suelta un bufido y dice
—
Odio enfadarme.
—
Pues no lo hagas.
—
En realidad lo que odio es no
controlar la ira.
—
Pues contrólala.
—
A veces estoy tan cansada que
no la veo venir. Entonces, cuando me quiero dar cuenta, no hay nada que hacer.
—
Pues no te canses.
—
Es como una ola que me
incendia.
—
Hazte la muerta.
—
¿Perdón?
—
Tiéndete de espaldas, flota y
deja que la ola pase por debajo de ti.
—
No acabo de pillar la
metáfora.
—
Es una versión poética de
contar hasta diez.
—
A veces ni con mil es
suficiente.
—
Por eso es mejor flotar: ni
siquiera tienes que llevar la cuenta: deja que la ola te lleve.
—
Pero la ola abrasa.
—
Solo la espalda: tus ojos sin
embargo disfrutan del cielo azul, de la suavidad algodonosa de las nubes, del frescor
del aire.
—
Pero mis manos…
—
Pon las palmas hacia abajo
para que las quemaduras queden ocultas y todos podamos seguir disfrutando de
esas preciosas manos tuyas.
—
¿Te gustan mis manos?
—
Me gustan en particular
cuando las mueves porque entonces parecen mariposas.
—
…
—
…
—
Profesor…
—
¿Pasó la ola?
Noche sonríe y dice
— Sí, pasó.
Entonces se acerca hasta el Profesor, se sienta a horcajadas sobre sus piernas, coge su cara con esas manos que parecen mariposas y besa dulcemente sus labios.
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