domingo, 31 de marzo de 2019

Ira

El Profesor trabaja en el ordenador de la mesa de dibujo. Noche entra de la calle. Da un portazo. Aparece en el salón y arroja al sofá y sin miramientos la chaqueta y la mochila que trae en la mano. Se pone en jarras, mira al Profesor, suelta un bufido y dice

    Odio enfadarme.
    Pues no lo hagas.
    En realidad lo que odio es no controlar la ira.
    Pues contrólala.
    A veces estoy tan cansada que no la veo venir. Entonces, cuando me quiero dar cuenta, no hay nada que hacer.
    Pues no te canses.
    Es como una ola que me incendia.
    Hazte la muerta.
    ¿Perdón?
    Tiéndete de espaldas, flota y deja que la ola pase por debajo de ti.
    No acabo de pillar la metáfora.
    Es una versión poética de contar hasta diez.
    A veces ni con mil es suficiente.  
    Por eso es mejor flotar: ni siquiera tienes que llevar la cuenta: deja que la ola te lleve.
    Pero la ola abrasa.
    Solo la espalda: tus ojos sin embargo disfrutan del cielo azul, de la suavidad algodonosa de las nubes, del frescor del aire.
    Pero mis manos…
    Pon las palmas hacia abajo para que las quemaduras queden ocultas y todos podamos seguir disfrutando de esas preciosas manos tuyas.
    ¿Te gustan mis manos?
    Me gustan en particular cuando las mueves porque entonces parecen mariposas.
   
   
    Profesor…
    ¿Pasó la ola?

Noche sonríe y dice

    Sí, pasó.

Entonces se acerca hasta el Profesor, se sienta a horcajadas sobre sus piernas, coge su cara con esas manos que parecen mariposas y besa dulcemente sus labios.

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