Noche se mira en el espejo psiqué: va disfrazada de Corto Maltés, con su chaleco naranja y su casaca azul, con su gorra de capitán marinero, su aro en la oreja izquierda, su cigarrillo y hasta las largas patillas. Parece que se va cuando se para, se gira, mira al Profesor, que toma notas en el ordenador, y dice
—
No eres un hombre de acción.
—
Pues no.
—
No hace falta que lo digas.
Lo que quería era preguntar por qué.
—
Supongo que hay que ser un
poco simple para serlo.
—
¿Esa es tu excusa?
—
No es una excusa, es lo
primero que se me ha ocurrido. La verdad es que no soy un hombre de acción
porque nada en mi constitución, en mi crianza ni en mi experiencia me ha
llevado a ser un hombre de acción.
—
Mi pregunta es más teórica
que personal. ¿Por qué alguien es persona de acción?
—
Dímelo tú: tú eres una mujer
de acción.
—
Qué va. Vale que soy inquieta,
me gusta moverme, pero nunca he cogido el petate, me he subido a un carguero y
me he largado a los mares del Sur.
El
Profesor se levanta, se va hasta la venta de la cuarta pared, nos mira con gesto
profundo y dice
—
Para ser una persona de
acción hay que ser optimista, muy optimista. Podría pensarse que son gente que
aprecia en poco su vida, pero no es así, porque el que no aprecia su vida no
aprecia nada y se deja llevar o se cuelga de una cuerda. La persona de acción
cree en la vida, cree que las sorpresas pueden ser positivas, que las
consecuencias de las propias acciones pueden ser maravillosas. La persona de
acción cree en la concatenación de causas y efectos y está convencida de poder
labrarse su propio futuro. La persona de acción vive su vida como si fuera un
relato. La persona de acción, como el héroe, es alguien sin imaginación para
calcular las mil formas en las que todo puede salir mal.
—
¿Esa es tu excusa?
—
Sí, esta sí.
—
Total, que no te vienes —dice
Noche mientras se va por el pasillo.
—
Disfruta —dice bajito el
Profesor, sin esperanza de ser oído.
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