—
¿Esos arañazos?
—
La gata de Lorenzo.
—
¿Lucháis?
—
Sí, jugando.
—
Si quieres, yo también tengo
uñas…
—
Tiene una galería…, Lorenzo tiene
una galería acristalada llena de plantas que… joder, me gusta, me gusta mucho
ese lugar, tengo que hacer algo con él, convertirlo en lugar de algo.
—
Describe.
—
Es como un invernadero
adosado a una de las fachadas de su casa. Está lleno de cactus y plantas
exóticas que impregnan el sitio de un fuerte olor vegetal. En especial en
invierno, con todo cerrado, sientes la humedad espesa de la clorofila. Cuando
sale el sol se llena de luz y tienes la impresión de estar en medio de una
jungla tropical. Lorenzo tiene una mesa para trabajar, pero es difícil hacer
nada allí que no sea mirar los cactus crecer.
—
Apasionante: un sitio para
correr aventuras.
—
Sabes que madrugo. Al amanecer lo primero que hago es prepararme
un café y largarme a la galería a ver cómo se desperezan las platas con las
primeras luces del día. Una mañana, mientras observo de cerca las espinas de
una opuntia gigante, siento un revoloteo a mi izquierda. Giro lentamente la
cabeza y me encuentro a escaso medio metro de mí una mariposa espectacular,
enorme, con unas impresionantes alas negras surcadas cada una por una banda
vertical de un rojo intenso.
—
Wow.
—
Me quedé muy quieto,
mirándola: es preciosa. Cuando se me pasa la impresión tengo un momento Nabokov
y pienso en mi cazamariposas, pero entonces recuerdo que no tengo, así que me
alejo lentamente rogando que la cámara tenga carga. Encuentro la cámara,
compruebo que sí, que tiene carga, y vuelvo por la mariposa. Y sí, allí sigue,
con sus alas desplegadas, aunque al acercarme las cierra. No importa, me digo:
me dedico a enfocar la mariposa esperando que vuelva a abrirlas. Como no lo
hace, le doy un levísimo empujón con un dedo: entonces, para mi felicidad,
despliega esplendorosamente sus alas ante mí. Al hacerlo, aletea un poco y
pierde altura lentamente. La sigo con la cámara esperando el momento en que se
pare para capturar la instantánea de mi vida. Entonces la gata salta por encima
de un aloe gigante con la zarpa derecha levantada, derriba en pleno vuelo a la
mariposa, la aplasta contra el suelo y desde allí se la lleva a la boca. Con
las alas de su presa asomando por ambos lados de sus fauces y aun debatiéndose,
me mira durante un segundo para largarse después tranquilamente camino de su
cojín.
Noche mira al Profesor conteniendo la risa. Cuando la tiene dominada, pregunta
—
¿Qué pensaste?
—
A tomar por saco mi foto National Geographic.
—
A lo mejor era el último
ejemplar de su especie.
—
También lo pensé.
—
¿La has identificado?
— Perfectamente: era una Ancyluris.
—
¿Común?
—
No existe en Europa. Es
tropical.
En este momento Noche deja correr por fin
su risa, franca y alegre.
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