domingo, 11 de noviembre de 2018

Apolo y Dionisos

Noche y el Profesor están sentados en el sofá y sujetan cada uno una copa de vino. Sobre la mesa se ve la botella. Se escucha música para dos violas de gamba de Marin Marais. Noche da un sorbo, pone cara de pensar y pregunta

    ¿Apolo o Dionisos?
    Dionisos por vocación, pero Apolo por constitución.
    ¿?
    La idea de la embriaguez dionisiaca me resulta atractiva como idea filosófica, pero lo cierto es que me aburren las fiestas.
    No quiero ni imaginarte de niño.
    Repelente.
    Ya, pobre mío… Yo, sin embargo, la verdad, nunca he entendido la contradicción. No creo que haya nada más racional y que contribuya más a nuestro equilibrio que explorar el lado más orgiástico y arrebatado de la existencia. Son dos caras de la misma moneda. No habría misterio en la oscuridad sin la luz de la mañana. Ni podríamos hablar de la elegancia del arte si no supiésemos de los cuerpos sudorosos.
    Qué bonito eso… Sí, tienes razón, todos tenemos nuestra parte apolínea y nuestra parte dionisiaca, pero también es verdad que en la mayoría una parte puede a la otra y la acaba asfixiando.
    No sé. No creo que el problema sea que lo apolíneo aplaste lo dionisiaco o al revés: el problema es que nos reprimimos y no dejamos que nada se muestre en plenitud.
    Tenemos miedo.
    ¿Miedo, Profesor?
    A la resaca.
    Hace un par de años pasaba el verano en un pueblo. Recuerdo que en una fiesta la música y el vino me emborracharon como nunca. La noche era cálida pero una brisa fragante soplaba sobre el mador de la piel. Me fui de la fiesta, me metí en un bosque y acabé bailando desnuda en un calvero a la luz de la luna. Daba vueltas como loca y reía como loca. Sin embargo, nunca me he sentido más armoniosa y más elegante que aquella noche.
    La próxima vez avísame.
    ¿La próxima vez?
    Sí, la próxima vez que hagas eso del calvero.
    ¿Quieres un anticipo? 
    Deja, deja, no vaya a ser que te enfríes.

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