El Profesor, vestido con pantalones de pana
marrón claro y camiseta blanca, está en la mesa de dibujo trasteando con el
ordenador. El sillón de orejas está en medio de la habitación. Noche, sentada
en él, de negro, con gafas de montura metálica y las piernas cruzadas, apoya el
codo derecho en el brazo del sillón, señala con el dedo índice correspondiente la
librería de la derecha y dice
—
Profesor, ¿sabes cuántos
ejemplares hay en la Biblioteca Nacional.
—
Ni idea.
—
Unos veintiocho millones.
—
No está mal, aunque ese
número incluirá ejemplares repetidos, ediciones distintas, traducciones…
—
¿A cuántos podemos acceder
durante una vida? ¿Cuántos libros habrás leído hasta ahora?
—
Espera un momento —el
profesor teclea algo en el ordenador—. Aquí está: 2822, aunque también están
los que he consultado ocasionalmente y…
—
Lo tiene apuntado, madre mía,
tendría que haberlo sospechado —dice Noche bajito—. Sin embargo, siendo muchos,
¿qué supone eso de todo?
—
Supongo que no es el
porcentaje lo que quieres. En proporción casi nada, pero hay que contar con la
selección: no son tres mil libros cualesquiera: están muchos de los mejores.
—
¿Muchos de los mejores? Sí,
vale, entiendo lo que quieres decir, pero, ¿sabes qué pienso?: pues que esa
selección está necesariamente sesgada. Por la cultura en la que vives, por ti
mismo, por tus estudios, por tus propias experiencias, por todo eso está
evidentemente sesgada; pero, sobre todo, está sesgada por los propios libros
que has leído: tú me lo has dicho alguna vez: raramente haces caso de
recomendaciones que no sean las que unos libros hacen de otros libros.
—
Sí, así es, pero…
—
Tu saber es una isla de
acreción formada por materiales que se cooptan.
—
…
—
…
—
¿Me permites que apunte la
frase?
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