—
Hoy, tras las clases, les he hablado
a mis compañeros de cuando me monté en un DeLorean.
—
¿Sí? Les habrás contado que
hasta tenía condensador de flujo. Seguro que han flipado.
—
La mayoría no sabían de qué
les estaba hablando. Los que sí, me han mirado como preguntando ¿y?
—
Lo de este país con lo fantástico es triste.
—
Lo sé, Profesor, lo hemos
hablado muchas veces, pero, mientras venía para acá, he pensado que hay algo
más profundo.
—
Ilumíname.
—
El rechazo a lo fantástico forma parte de algo más general, forma parte de un rechazo sistemático
al romanticismo.
—
Te sigo.
—
Este país es profundamente
prosaico. Es evidente que subirse a un DeLorean no es distinto de subirse a
cualquier otro coche salvo que es completamente distinto por lo que evoca, por
los recuerdos que ayuda a recuperar, por ese otro mundo mucho más rico que
creamos colectivamente con los productos de nuestra mente y que esos objetos
simbólicos nos ayudan a revivir. El mundo es un páramo si no le nutrimos de
todo lo que hemos imaginado sobre él. Un DeLorean no es una máquina del tiempo:
es una máquina mental.
—
Que viaja por el Mundo 3.
—
Quizá algo más, porque exhala
ese aroma que emana de los objetos significativos.
—
Noche, eso es fetichismo.
—
¿Y qué es la vida si no
hechizo, Profesor?
No hay comentarios:
Publicar un comentario