viernes, 7 de diciembre de 2018

El futuro

Noche y el Profesor, sentados en el sofá, ven en la televisión imágenes de guerra, de trozos de glaciar que se precipitan al mar, de masas de gente vagando por carreteras desoladas, de campos de refugiados, del mar de plástico. Las imágenes se ven en la pantalla extradiegética, pero no se oyen.

    El futuro es horrible.
    El futuro no es, Profesor.
    Pero será, y será horrible. Y perdóname la crudeza, pero no vale engañarse: la superpoblación, la contaminación, el calentamiento global, la globalización, las migraciones masivas, el agotamiento de los recursos naturales, los conflictos armados, el Big Data… No voy a seguir con una lista que podrías elaborar tú misma, pero el mundo se encuentra en una situación terrible, con problemas de una magnitud nunca vista y sin que se vislumbren soluciones razonables. Y lo peor es que los habitantes de ese futuro no parecéis conscientes de lo que os espera.
    Profesor, tienes un error de perspectiva. Ese futuro del que hablas no es tu futuro. De hecho tu futuro es este ahora que vivimos, es ahora cuando está viviendo el tiempo que soñaste de joven. Y resulta que te parece horrible, porque no es, desde luego, ni parecido a lo que soñaste.
    Completamente de acuerdo, pero es que tu futuro será peor y, perdóname de nuevo, pero…
    Ahí es donde te equivocas. Cuando hablas de mi futuro te imaginas a ti mismo en él y extrapolas tu decepción ante la realidad. Pero es a mí a quien deberías imaginar. Tú es posible que dentro de unos años, ya viejito, extrañes el cielo azul, las verdes praderas y los riachuelos de aguas cristalinas y me cuentes batallitas de cuando visitabas aldeas perdidas en las montañas, pero, con las mismas, posiblemente yo viva todo eso, y mucho más que ni imaginas, enchufada a una máquina de realidad virtual.
    Pero nada en esas experiencias será auténtico.
    Mira, ahí exactamente puede estar la diferencia generacional, esa importancia fetichista que le dais a la autenticidad. Miráis lo auténtico como si poseyese alguna especie de cualidad espiritual añadida. Pero, ¿sabes?, a nosotros eso nos importa bastante poco.
    Hace poco me hablabas del hechizo de subirte a un DeLorean.
    Claro que sí, pero nunca le hubiese pedido el certificado de autenticidad al dueño.
    ¿Quieres decir que os conformáis con simulacros?
    No: quiero decir que los simulacros pueden ser más informativos, emocionantes y enriquecedores que vuestros objetos auténticos: tú puedes sentirte sobrecogido ante el cuadro de La Gioconda, visto a cinco metros de distancia y a través de un bosque de palos de selfie, pero yo prefiero la copia digital de altísima resolución que me permite apreciar cuando y donde quiera cada una de las pinceladas de Leonardo.
    Ya… Supongo que habéis descubierto que nuestra autenticidad nunca lo fue del todo. De todas maneras, ¿no estás siendo muy optimista?
    Profesor, sabes que no lo soy, pero intento ajustarme a los hechos: vosotros, vuestra generación, habéis fracasado. Eso un hecho. Pero nosotros aún no. Eso es otro hecho. 


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