—
¿De verdad que nunca has
salido de Europa?
—
No.
—
¿Y eso por qué?
—
Me da pavor visitar un lugar
al que quizá no vuelva. No creo que vaya a Thailandia. ¿Por qué? Pues porque no
creo que en lo que me queda de vida tenga la oportunidad de ir dos veces a Thailandia. Imagina que voy
hasta allí y que después, ya de vuelta, aquí mismo, en casa, descubro que en
una callejuela de Bangkok hay un pequeño santuario dedicado al hipercubo
4-dimensional. No podría soportar saber que estuve allí, que podría haberlo
visitado pero que no lo vi, que lo pasé por alto, que por desconocimiento lo
ignoré, y que, pese a todas esas desgracias, nunca voy a volver. Entiendo que
es absurdo, porque igual de penoso debería de ser pensar en todo lo que no voy
a ver por no ir a ciertos lugares, pero hay algo relacionado con la voluntad,
el conocimiento y el destino que me agobia. Por eso visitar lugares conocidos
me llena de placer, porque me permite enmendar errores, resolver ausencias,
supongo que completar el mapa.
—
Déjate de rollos: vente
conmigo a Buenos Aires.
—
…
—
Profesor, me voy en un mes:
Buenos Aires y Montevideo, ya sabes: el río de la Plata, Borges, Bioy, Breccia…
—
…
—
…
—
Bueno, a Buenos Aires siempre
podría volver si fuera necesario, ¿no?
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