martes, 11 de diciembre de 2018

Viajes exóticos

Noche, en el sillón de orejas, está tomando mate con una bombilla labrada algo kitsch. El Profesor tiene abierto en el ordenador una vista completa de la tierra en Google Maps y la hace girar con el ratón. Noche dice

    ¿De verdad que nunca has salido de Europa?
    No.
    ¿Y eso por qué?
    Me da pavor visitar un lugar al que quizá no vuelva. No creo que vaya a Thailandia. ¿Por qué? Pues porque no creo que en lo que me queda de vida tenga la oportunidad de ir dos veces a Thailandia. Imagina que voy hasta allí y que después, ya de vuelta, aquí mismo, en casa, descubro que en una callejuela de Bangkok hay un pequeño santuario dedicado al hipercubo 4-dimensional. No podría soportar saber que estuve allí, que podría haberlo visitado pero que no lo vi, que lo pasé por alto, que por desconocimiento lo ignoré, y que, pese a todas esas desgracias, nunca voy a volver. Entiendo que es absurdo, porque igual de penoso debería de ser pensar en todo lo que no voy a ver por no ir a ciertos lugares, pero hay algo relacionado con la voluntad, el conocimiento y el destino que me agobia. Por eso visitar lugares conocidos me llena de placer, porque me permite enmendar errores, resolver ausencias, supongo que completar el mapa.
    Déjate de rollos: vente conmigo a Buenos Aires.
   
    Profesor, me voy en un mes: Buenos Aires y Montevideo, ya sabes: el río de la Plata, Borges, Bioy, Breccia…
   
   
    Bueno, a Buenos Aires siempre podría volver si fuera necesario, ¿no? 




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