Noche, que viste una camiseta con un
corazón roto, nos mira por la ventana, pensativa. Pasa un rato hasta que dice
—
¿Un amor que se te escapó?
—
Laura.
—
¿Qué pasó?
—
Por entonces estaba yo
pendiente de la chica pecosa.
—
¿Nunca le hablaste?
—
Claro que sí: éramos amigos.
Supongo que por eso nunca pensé que pudiera ser algo más. En aquella época
estaba yo contaminado de romanticismo.
—
¿Y cuándo te diste cuenta de
que podía ser algo más?
—
Leyendo un relato de Sienkiewicz en el que el protagonista descubre, tras
muchas decepciones, que ella había estado siempre ahí, a su lado. Fue como una
revelación: de golpe tomé conciencia de lo bien que lo pasábamos juntos, de lo
mucho que nos entendíamos y de lo mucho que nos reíamos. Fue raro, porque al
pensar en ella sentí que era la chica más bonita del mundo.
—
Qué tierno.
—
Sí.
—
¿Y?
—
Demasiado tarde: otro fue más
rápido.
—
Ya... Profesor, oye, ¿no
aprendiste entonces que no hay que dejar pasar las oportunidades?
—
En absoluto: no sé qué
hubiese pasado si hubiese sido más decidido. No creo que lo mejor sea siempre
actuar. Al hacerlo estás tomando uno de los dos caminos de la bifurcación sin
tener ni idea de las consecuencias, y estas no tienen por qué ser
necesariamente mejores cuando actúas que cuando no.
—
Quizá dejaste pasar el amor
de tu vida.
—
O un montón de hijos. Quizá
simplemente, me evité un par de fracasos.
—
Profesor, a esa edad no se
tienen fracasos: se tienen experiencias.
—
Sí, experiencias que pueden
ser fracasos. Además, sabes que lo mío es la teoría.
—
Sí, eso lo sé, vaya si lo sé.
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