En la pantalla extradiegética se ve el
cuadro Green on
Blue de 1956 de Rothko. Noche está en el centro del salón, pintando lo que parece un mar tormentoso visto desde un acantilado. El
Profesor la mira desde el sillón de orejas.
—
Noche, explícame a Rothko.
—
Es la abstracción perfecta:
redujo el universo a su quintaesencia, a esa frontera entre dos colores que es
el resumen de todo. ¿Qué hace que existan formas, diferencias, lo uno y lo
otro? Fronteras que separan, que delimitan. La diferencia se reduce a eso, a
una frontera, a un horizonte, y todo, encuentros y desencuentros, todas las
emociones pueden entonces verse como el contraste entre dos colores. A eso
dedicó Rothko su vida, a explorar los contrastes, a desentrañar la sintaxis del
cosmos.
—
Me gusta más lo que me has
contado que lo que me dice Rothko.
—
Yo te he hablado de Rothko.
—
No, me has hablado de lo que
tú crees ver en él, pero sospecho que tú has puesto en el discurso más que él.
—
¿No mirarás ahora sus cuadros
de otra manera?
—
No creo: aunque tenga tus
palabras en mi cabeza, seguiré viendo dos colores yuxtapuestos con más o menos
posibilidades decorativas y un contenido semántico cercano al cero.
—
Profesor… Hay cuadros que te
sobrecogen como un templo, otros que te abrazan como un amigo, los hay
inquietantes, los hay en los que suena el mar. Hay cuadros de Rothko que
lloran, y otros que parecen mirarte mudos desde el más allá. En algunos
presientes la muerte, en otros atisbas como un débil rayo de luz, como un
efímero momento de felicidad.
—
Eres increíble.
—
Lo sé.
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