lunes, 25 de febrero de 2019

Horizonte

En la pantalla extradiegética se ve el cuadro Green on Blue de 1956 de Rothko. Noche está en el centro del salón, pintando lo que parece un mar tormentoso visto desde un acantilado. El Profesor la mira desde el sillón de orejas.

    Noche, explícame a Rothko.
    Es la abstracción perfecta: redujo el universo a su quintaesencia, a esa frontera entre dos colores que es el resumen de todo. ¿Qué hace que existan formas, diferencias, lo uno y lo otro? Fronteras que separan, que delimitan. La diferencia se reduce a eso, a una frontera, a un horizonte, y todo, encuentros y desencuentros, todas las emociones pueden entonces verse como el contraste entre dos colores. A eso dedicó Rothko su vida, a explorar los contrastes, a desentrañar la sintaxis del cosmos.
    Me gusta más lo que me has contado que lo que me dice Rothko.
    Yo te he hablado de Rothko.
    No, me has hablado de lo que tú crees ver en él, pero sospecho que tú has puesto en el discurso más que él.
    ¿No mirarás ahora sus cuadros de otra manera?
    No creo: aunque tenga tus palabras en mi cabeza, seguiré viendo dos colores yuxtapuestos con más o menos posibilidades decorativas y un contenido semántico cercano al cero.
    Profesor… Hay cuadros que te sobrecogen como un templo, otros que te abrazan como un amigo, los hay inquietantes, los hay en los que suena el mar. Hay cuadros de Rothko que lloran, y otros que parecen mirarte mudos desde el más allá. En algunos presientes la muerte, en otros atisbas como un débil rayo de luz, como un efímero momento de felicidad.
    Eres increíble.
    Lo sé.

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