Noche, aunque viste unos pantalones flojos
y una camiseta, lleva sobre la cabeza un gorro tártaro de color negro y aspecto
suavísimo. Se planta delante del Profesor, que lee en el sillón de orejas, y
dice
—
Profesor.
—
¿Sí?
—
Lérmontov.
—
Leyó a Byron y se vio en él.
Bebió, leyó, jugó, escribió, sedujo, folló, luchó y mató antes de que nosotros,
tú y yo, aprendiésemos a atarnos los cordones de las zapatillas.
—
¿Eso le justifica?
—
No sé qué entiendes por
justificación, pero no, no es eso: lo que quiero decir es que vivió más en unos
pocos años que la mayoría en toda su vida. Quizá la vida no dé para más. Es un
tópico lo de las vidas que, por fulgurantes, son efímeras. Quizá las
experiencias posibles son limitadas y solo podemos elegir entre vivirlas en un
suspiro de pasión o dilatarlas en décadas de aburrimiento.
—
¿Tú te aburres?
—
Jamás.
—
Observo cierta contradicción
en tu discurso.
—
Cariño, soy un ratón de
biblioteca y el de nuestra especie es un mundo infinito porque abarca todas las
historias, todas las vidas, todas esas experiencias que alguien, en cierto
momento, tuvo la paciencia o la necesidad de contar. No nos limitamos a una
vida: las experimentamos todas.
—
Pero no puedes comparar tus
experiencias prestadas con las reales.
—
No lo pretendo: ¿No has oído
lo de que soy un ratón?
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