—
Me asombra que te gusten
estas películas.
—
¿Por qué? A ti también te
gustan.
—
Ya, pero tú tienes muchos más
prejuicios que yo.
—
Vaya.
—
Venga, Profesor, explícamelo.
—
Estas películas tienen la
perfección de los mitos. En su simplicidad, actúan como mecanismos perfectos: a
partir de la premisa inicial, todo se deriva necesariamente. Son como hermosos
teoremas matemáticos en los que a partir de las hipótesis y a través de pasos
lógicos llegamos a las maravillosas tesis. Es como ver símbolos bailando. Me
producen una intensa sensación de paz.
—
Solo tú puedes comparar Siete novias para siete hermanos con un
teorema matemático.
—
Ya ves. Bueno, ahora te toca
a ti.
—
Para mí son pura evasión:
mientras las veo puedo sonreír sin tener que pensar en la violencia estructural
o en la violencia sistémica; mientras
las veo puedo abandonar la sospecha, la suspicacia, la paranoia, puedo dejar de
pensar que alguien quiere engañarme, robarme o violarme; mientras las veo puedo
olvidar lo que pasa en otros lugares del mundo, puedo olvidar el dolor, la
guerra, el hambre, el asco; mientras las veo puedo dejar de pensar en mi
futuro, en el futuro de mierda de un mundo que se va descomponiendo día a día.
Por eso me gustan estas películas, porque me permiten evadirme.
—
¿Tan terrible es?
—
A veces sí.
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