martes, 5 de marzo de 2019

Siete novias para siete hermanos

Noche y el Profesor, arrebujados bajo la manta de sofá, miran la televisión: ven Siete novias para siete hermanos. En la pantalla extradiegética se ve la escena del baile del granero.

    Me asombra que te gusten estas películas.
    ¿Por qué? A ti también te gustan.
    Ya, pero tú tienes muchos más prejuicios que yo.
    Vaya.
    Venga, Profesor, explícamelo.
    Estas películas tienen la perfección de los mitos. En su simplicidad, actúan como mecanismos perfectos: a partir de la premisa inicial, todo se deriva necesariamente. Son como hermosos teoremas matemáticos en los que a partir de las hipótesis y a través de pasos lógicos llegamos a las maravillosas tesis. Es como ver símbolos bailando. Me producen una intensa sensación de paz.   
    Solo tú puedes comparar Siete novias para siete hermanos con un teorema matemático.
    Ya ves. Bueno, ahora te toca a ti.
    Para mí son pura evasión: mientras las veo puedo sonreír sin tener que pensar en la violencia estructural  o en la violencia sistémica; mientras las veo puedo abandonar la sospecha, la suspicacia, la paranoia, puedo dejar de pensar que alguien quiere engañarme, robarme o violarme; mientras las veo puedo olvidar lo que pasa en otros lugares del mundo, puedo olvidar el dolor, la guerra, el hambre, el asco; mientras las veo puedo dejar de pensar en mi futuro, en el futuro de mierda de un mundo que se va descomponiendo día a día. Por eso me gustan estas películas, porque me permiten evadirme.
    ¿Tan terrible es?
    A veces sí.

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