Noche viste su mono de pintar y pinta. El
Profesor hojea un libro de pinturas de Vermeer. Noche dice
—
Profesor, ¿por qué tenemos
que ser originales?
—
No estamos obligados.
—
¿No crees que se nos exige?
—
Se nos valora.
—
Pero, ¿no es una impostura?
—
Desarrolla.
—
Todos partimos de nuestra experiencia:
ser original es borrar las pistas que nos relacionan con nuestras fuentes,
pero, ¿por qué ocultarlas?
—
Hoy muchos hacen lo
contrario: hacen de la cita el centro de su obra y lo llaman homenaje.
—
Sí, pero con eso pretenden
ser originales.
—
Tienes razón. Supongo que
todo creador quiere serlo ex nihilo.
—
Complejo de dios.
Noche recoge el caballete y las pinturas. El Profesor abre una botella de vino, sirve dos copas y ambos se sientan en el sofá.
— Lo cierto —dice el Profesor— es que hay una paradoja en todo esto. ¿Te imaginas un producto completamente original, algo tan nuevo y tan distinto que no tuviese que ver con nada?
—
Nadie lo entendería.
—
Exacto. Es evidente que el
arte necesita ser original porque necesita sorprender para captar la atención,
pero tampoco puede serlo en exceso, porque entonces pierde toda conexión con el
espectador.
—
…
—
…
—
Qué suerte ser mediocres,
¿verdad?
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