Noche viste una falda plisada de cuadros
azules, un niqui blanco, zapatos y calcetines y le da vueltas a un hula-hoop
en el centro del salón. El Profesor, sentado en el sillón de orejas, la mira.
—
Profesor, ¿te aburro?
—
Claro que no. ¿A qué viene
eso?
—
A lo que dijiste el otro día
de la dosis.
—
Noche, tú eres perfecta:
¿cómo me vas a aburrir?
—
Venga, en serio: algo habrá
que no te guste de mí.
El Profesor encoge los hombros, levanta las cejas, muestra sus manos con las palmas hacia arriba y compone el gesto de no saber. Lolita deja de jugar, se sienta en la mesa baja y dice con un cierto jadeo
— Profesor, vamos…
—
Vale: no me gusta que seas
tan insultantemente joven.
—
¿Por qué?
—
Porque nos separa.
—
Profesor, nada que no
queramos nos separa.
—
Noche, nos separan treinta
años, una vida de experiencias, dos cuerpos desfasados.
—
Eso último no lo sabemos: ni
siquiera lo hemos intentado.
—
Quizá tú no lo sepas, pero yo
he estado a ambos lados del tiempo y lo sé.
Noche se tumba en el sofá dándole la espalda al Profesor y dice
— ¿Qué puedo hacer?
—
Envejecer.
—
No sé cómo hacerlo.
—
Ya lo haces.
—
Quizá no llegue a tiempo.
—
Quién sabe: vivimos tiempos
extraños.
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