Noche lee Los héroes, de Carlyle. De pronto dice
—
Háblame de tus héroes.
—
No tengo.
—
De joven sí los tendrías…
—
Sí.
—
Háblame entonces de tus héroes
de juventud, anda.
El Profesor, que estaba mirándonos a través de la ventana, se toma su tiempo y, por fin, enumera
— Kafka, Nietzsche, Goya, Beethoven, Poe, Turing…
—
Uf.
—
Sí, uf. Yo también me di
cuenta. Lo recuerdo como una revelación, recuerdo el momento en que me di
cuenta de que todos mis héroes fueron desgraciados, de que unos fueron alcohólicos,
otros suicidas y casi todos locos. Cuando lo vi me pregunté: ¿de verdad quiero ser
como ellos?
—
¿Y qué decidiste?
—
Tarde en encontrar la
respuesta, no creas. Ser un dipsómano suicida tenía su atractivo.
—
¿Perdón?
—
Cuando la realidad es
miserable la idea de morir borracho recitando versos dionisiacos desde la proa
de un velero bajo una tormenta furiosa puede ser una opción.
—
¿Y cuándo dejó de serlo?
—
Nunca.
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