—
¿Y tus héroes?
—
Al principio no tuve
—contesta inmediatamente Noche, como si tuviese pensada la respuesta—. Cuando
mis compañeras forraban sus carpetas con fotos de actores cachas o cantantes de
flequillo imposible, yo las miraba con esa sonrisa sarcástica que tan bien me
sale.
—
Al principio, pero luego…
—
Luego una profesora del
instituto me hizo fijarme en las chicas, en las grandes chicas de la historia:
entonces me entregué a la causa y mi universo se llenó de heroínas.
—
Madame Curie…
—
Madame Curie, Aspasia, Emmy
Noether, Jane Goodall, Ada Lovelace, Mary Shelley, Simone de Beauvoir, Niki de
Saint Phalle, Virginia Woolf… Daba igual de qué época fuesen o a qué se
dedicasen: me fascinaba leer sus historias.
—
Mujeres…
—
Sí, era importante que fuesen
mujeres. Tú no lo entiendes, pero...
—
Prueba a explicármelo.
Noche piensa un poco, apenas nada, y
pregunta
—
¿Para qué necesitamos héroes?
—
Son modelos, esquemas sobre
los que construir una personalidad.
—
¿Y crees que Nietzsche puede
servirme a mí de modelo? ¿O Kafka? Incluso Turing, ¿crees que Turing pudo
servirme de modelo?
Es ahora el Profesor el que piensa tan solo
unos instantes antes de decir
—
No, claro que no, qué
tontería…
—
Ahí lo tienes.
—
Pero, entonces, ¿no hay
héroes unisex?
Noche sonríe antes de contestar
—
Quizá cuando todos los nombres sean
epicenos. Pero hoy no.
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