Encima de la mesa del sofá hay un montón de
botellas y frascos. Noche echa líquidos en una coctelera con un medidor
plateado. Cuando se da por satisfecha, cierra la coctelera y la agita. A
continuación la destapa y llena dos copas cónicas. Le pasa una al Profesor, que
está sentado a su lado contemplando toda la operación, y le dice
—
Prueba.
—
¿Qué lleva?
—
Vermú, ginebra y otras cosas.
—
¡Está buenísimo! Es dulce,
pero al final emerge un regusto amargo. Es como si estuviese escondido, como si
bajo la apariencia…
—
Esa es la idea.
—
¿Eres tú?
—
Yo pensaba en ti.
—
Además, es bonito: esos
brillos iridiscentes…
—
Tenemos que ponerle nombre.
—
Noche.
—
¿Un matemático le pone su
nombre a su teorema?
—
No, tienes razón.
—
Profesor.
—
Nada hay menos sugerente que
pedir en la barra de un bar un Profesor.
No…
—
Ya lo tengo: Transparente.
—
¿Transparente? Me gusta, pero lo cierto es que no es transparente.
—
Precisamente por eso.
El Profesor levanta su copa, mira la luz a
través del líquido translúcido y dice
— Transparente. Me gusta. Es literario.
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