Noche, en el sofá, lee un libro de gran formato
con espectaculares fotografías de estrellas y galaxias. De pronto dice
—
Profesor, ¿qué es eso de que
somos polvo de estrellas?
—
En realidad somos polvo de
supernovas.
Noche deja el libro, sale del salón, vuelve
segundos después con dos copas y una botella de vino y dice
—
Dale.
—
Las estrellas están formadas
principalmente de hidrógeno. Pero las estrellas son como hornos nucleares: la
temperatura y la presión son tan altas que se producen reacciones de fusión que
unen átomos de hidrógeno entre sí para sintetizar nuevos elementos más pesados,
como el helio, el litio y así sucesivamente hasta llegar el hierro. Pero aquí
la cosa se para.
—
¿Se para?
—
Sí, en las estrellas no se
sintetiza nada más pesado que el hierro porque ese átomo es el más estable de
todos y en las condiciones que se dan en las estrellas no hay manera de fusionarlo
para dar lugar a átomos más pesados.
—
Y eso es un problema por…
—
Pues porque los humanos
necesitamos para vivir elementos más pesados que el hierro, como el cobre, el
níquel, el zinc y muchos más.
—
Pero, aplicando el principio
antrópico, dado que estamos aquí, en algún sitio…
—
Algunas estrellas, después de
pasar por distintas fases, estallan y durante un periodo corto de tiempo
brillan como cien mil soles.
—
¿Cien mil?
—
Algo así. La cosa es que, al
estallar, la presión que se produce es tan grande que los átomos de hierro
ahora sí son capaces de fusionarse con otros para sintetizar los demás
elementos de la tabla periódica. Todos esos átomos se desperdigan por el
espacio, se mezclan con los restos de otras supernovas, se van juntando poco a
poco por efecto de la gravedad, quizá ayudada por alguna explosión cercana,
forman una nueva estrella, sus planetas, a los habitantes de uno de ellos y, en
concreto, a nosotros dos.
—
Wow. ¿No te hace sentir uno
con el cosmos?
—
No.
—
No, a mí tampoco. Pero, a lo
mejor, tú y yo sí podríamos…
—
Noche…
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