—
¿Por qué cree la gente en lo
fantástico?
—
¿Lo fantástico?
—
Sí, en que la lotería les va
a resolver la vida; en que una hierba milagrosa les va a salvar de la
muerte; en que un vidente va a leer su futuro en las cartas; en que alguien va
a descubrir en ellos un talento extraordinario; en que una página de internet
les va a revelar una verdad oculta durante siglos; en que van a ligar con un pibón;
en que, tras la muerte, les esperan todas las recompensas; en que…
—
Porque necesitan creer en
atajos.
—
¿Atajos?
—
Sí, atajos que eviten el
trabajo, la lucha, el dolor, la frustración, incluso las imposibilidades.
Cuenta la leyenda que el rey Ptolomeo le preguntó a Euclides si no había un camino
más fácil para aprender todas aquellas matemáticas, a lo que el matemático le
contestó que no había caminos reales para la geometría.
—
Yo entiendo que Ptolomeo
preguntase: a fin de cuentas, estaba acostumbrado a que todo le fuese fácil,
pero no puedo entender que la gente normalita crea en atajos. No hay tanta
gente de la realeza.
—
Eso te pasa precisamente porque
eres una privilegiada.
—
¿Perdón?
—
Eres inteligente, educada,
joven y hermosa. Para ti todo es posible: tu futuro está abierto. Es verdad que
tu vida puede ser un asco, pero también puede ser exitosa, dichosa, rica. No
necesitas milagros. Pero, para la mayoría, la vida es una carrera de obstáculos
insuperables. Para la mayoría el futuro es una mierda casi con seguridad.
—
Salvo que se produzca un milagro.
—
Exacto.
—
Pero se engañan, sus
esperanzas son fantasías, solo eso, fantasías, autoengaños. Los milagros no
existen.
—
Sin duda.
Quedan en silencio hasta que Noche pregunta
—
¿Tú te autoengañas?
El Profesor se levanta, se lleva la mano izquierda
al pecho mientras que levanta la mano derecha con la palma de la mano hacia
arriba para componer un gesto dramático y decir
—
¿Qué si me autoengaño? ¿Y tú
me lo preguntas? Mi autoengaño eres tú.
—
Vale, poeta.
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