lunes, 4 de mayo de 2020

Atajos

El Profesor trastea con el ordenador, B parece aproximarse al agujero negro del núcleo galáctico y Noche juega con el tarot en la mesa de café. En la pantalla extradiegética vemos al ahorcado, al loco, a la estrella, al ermitaño… 

    ¿Por qué cree la gente en lo fantástico?
    ¿Lo fantástico?
    Sí, en que la lotería les va a resolver la vida; en que una hierba milagrosa les va a salvar de la muerte; en que un vidente va a leer su futuro en las cartas; en que alguien va a descubrir en ellos un talento extraordinario; en que una página de internet les va a revelar una verdad oculta durante siglos; en que van a ligar con un pibón; en que, tras la muerte, les esperan todas las recompensas; en que…
    Porque necesitan creer en atajos.
    ¿Atajos?
    Sí, atajos que eviten el trabajo, la lucha, el dolor, la frustración, incluso las imposibilidades. Cuenta la leyenda que el rey Ptolomeo le preguntó a Euclides si no había un camino más fácil para aprender todas aquellas matemáticas, a lo que el matemático le contestó que no había caminos reales para la geometría.
    Yo entiendo que Ptolomeo preguntase: a fin de cuentas, estaba acostumbrado a que todo le fuese fácil, pero no puedo entender que la gente normalita crea en atajos. No hay tanta gente de la realeza.
    Eso te pasa precisamente porque eres una privilegiada.
    ¿Perdón?
    Eres inteligente, educada, joven y hermosa. Para ti todo es posible: tu futuro está abierto. Es verdad que tu vida puede ser un asco, pero también puede ser exitosa, dichosa, rica. No necesitas milagros. Pero, para la mayoría, la vida es una carrera de obstáculos insuperables. Para la mayoría el futuro es una mierda casi con seguridad.
    Salvo que se produzca un milagro.
    Exacto.
    Pero se engañan, sus esperanzas son fantasías, solo eso, fantasías, autoengaños. Los milagros no existen.
    Sin duda.

Quedan en silencio hasta que Noche pregunta

    ¿Tú te autoengañas?

El Profesor se levanta, se lleva la mano izquierda al pecho mientras que levanta la mano derecha con la palma de la mano hacia arriba para componer un gesto dramático y decir

    ¿Qué si me autoengaño? ¿Y tú me lo preguntas? Mi autoengaño eres tú.
    Vale, poeta.   

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