El Profesor mira el
portátil. Con
la mano izquierda hace movimientos como si marcase un ritmo musical. Un simple
cuatro por cuatro, para ser exactos. Noche, subida a la escalera de la
librería, hojea un libro. Pone gesto de haberlo encontrado y, desde allí arriba, dice
—
Hoy, andando por la calle, he
visto el futuro.
—
¿?
—
Al doblar la esquina, enfilar
la calle y ver a lo lejos el portal he pensado que en unos minutos iba a estar
aquí. Entonces me he dado cuenta de que estaba teniendo una visión del futuro.
—
Qué chulo: por eso siempre
colocamos el futuro por delante.
—
Exacto. Pero mientras venía
al encuentro del futuro, me he preguntado si sería universal, si colocar el
futuro por delante sería una constante. Pues no: acabo de encontrar que hay
pueblos que sitúan el futuro detrás.
—
¿Detrás? ¿Por qué?
—
Profesor, piénsalo, la metáfora es
potente: frente al pasado conocido, el futuro es lo desconocido, lo que no podemos
ver. Lo que está a nuestra espalda. Lo que vemos, lo conocido, es el pasado.
—
Tienen claro que caminamos a
ciegas.
—
Literalmente de espaldas.
—
¿Quiénes son?
—
Los indios aimaras.
—
Sabios.
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