Noche y el Profesor están sentados en un velador en el centro del salón. En la mesa hay una fuente con pescado y cada uno come de un cuenco con una cuchara. Una cubitera con una botella renana y dos copas completan el decorado.
—
¿Quién te ha enseñado a
cocinar ceviche, Profesor?
—
Los libros.
—
La leche de tigre está
deliciosa.
—
Gracias.
—
Dicen que es afrodisiaca.
El Profesor, sin dejar de mirar su cuenco,
guarda silencio. Noche parece pensar. Por fin dice
—
¿Crees que nos acercamos al
fin del mundo?
—
Siempre nos acercamos al fin
del mundo, cada día que pasa estamos un día más cerca del fin del mundo, pero
sí, a veces parecemos ansiosos por llegar a la meta y este es uno de esos
momentos.
—
¿Y no crees que en una
situación así, con el apocalipsis a las puertas, no deberíamos…?
—
Noche…
—
Profesor, déjate de
reticencias. ¿Sabes?, hay algo que no entiendo. Si tan convencido estás de que
al mundo le queda un cuarto de hora, ¿por qué sigues renunciando a vivir? Si
fueras otro pensaría que lo tuyo es pose, que cuando me hablas de la
superpoblación, del agotamiento de las fuentes de energía, del desastre
medioambiental, no es más que pose. Me cuesta pensar eso de ti, pero la verdad
es que no te comprendo: ¿por qué no nos vamos, por qué no hacemos el petate y nos
largamos por ahí y que el fin del mundo nos pille en el Pont des arts, en Laponia o en el Mato Grosso, en una playa,
desnudos y borrachos, o bajo sábanas de seda en un hotel de la rue de Rivoli.
Tú has vivido, no sé muy bien cuánto, y quizá te conformes con eso, pero piensa
en mí, piensa en todos los recuerdos que no tengo.
El Profesor por fin levanta
la cabeza, mira a Noche y dice
—
Habría que elegir.
—
¿Elegir?
—
Sí, entre París, Laponia y el
Mato Grosso. No sé si tendremos tiempo para todo.
—
Profesor…
—
Hemos dicho que sin
reticencias —dice el Profesor, sonriendo.
—
Va a ser verdad lo de la leche
de tigre —concluye Noche.
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