Noche entra de la calle. Trae las mejillas encendidas, los ojos muy abiertos, luminosos. Se deja caer como un fardo en el sillón de orejas y suspira. El Profesor, sentado en el sofá, la ha seguido desde que ha entrado.
Pregunta
—
¿Qué tal el danzing?
—
No te haces una idea,
Profesor. Ha sido genial. Mejor que el sexo.
El Profesor desaparece de escena para traer dos copas de vino blanco. Le alarga una a Noche, vuelve al sofá con la suya y se queda pensativo.
—
Profesor, ¿en qué estás?
—
En eso que has dicho de que
el baile ha sido mejor que el sexo. Nunca he entendido esa comparación tan
enfática.
—
Ya, a veces se me olvida que
eres… A ver cómo te lo explico... Estarás de acuerdo en que casi todos
consideramos que el sexo es algo bastante placentero. De hecho, lo es por
antonomasia. Comparar lo que sea con el sexo es entonces como un
super-superlativo, es como decir que algo es más placentero que lo más
placentero.
—
A veces te oigo y me escucho.
—
No sé si eso es bueno: lo voy
a pensar.
—
Lo que quiero decir es que el
sexo es incomparable por su calidad intrínseca. Una comida no puede ser mejor
que el sexo, ni peor: las partes del cerebro encargadas de manejar estos
procesos son completamente distintas, así como las sensaciones que generan. Y
si pensamos en la culminación…
—
¿Culminación?
—
Me refiero al orgasmo.
—
Eso me parecía.
—
Si pensamos en la culminación
no hay nada comparable. No quiero decir que sea mejor que nada. Solo que no
entiendo muy bien cómo se puede comparar el placer sexual con cualquier otro
placer.
Noche desaparece de escena para aparecer poco después cambiada y fresca. Se sienta al lado del Profesor y le dice
—
Profesor, ¿no estarás celoso?
—
¿Celoso?
—
Un poco sí que lo estás,
¿verdad? Ay… Se me ha ocurrido que podrías ayudarme a realizar una comparación
empírica entre estos dos fenómenos tan disímiles. Hoy ya he bailado, así que…
—
Noche, ¿no te rindes?
—
No.
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