El Profesor, de pie, mira a Noche hecha un ovillo en el sofá. Por la luz parece que está amaneciendo. Luego se va hasta la mesa de dibujo, coge un folio y escribe. En la pantalla extradiegética va apareciendo, trazo a trazo, lo siguiente:
“Estoy viéndote dormir, con ese dormir tuyo tan sereno, tan sin
deudas. Me gustaría despertarte y abrazarte y contarte una nueva historia de
griegos, de matemáticas, de palabras, o pedirte que me hablases de tu último
descubrimiento, de tu último proyecto.
“Me gustaría prepararte el desayuno y quizá invitar a B. para que
nos hablase de sus viajes transfinitos. O puede que te propusiese desempolvar
del trastero el amplificador de sueños y darle una nueva
oportunidad. Pero no puedo.
“En realidad, no debo. Si estuvieses despierta aquí conmigo te
reirías de mis deberes. A mí también me gustaría reírme de ellos, pero es tarea imposible. Tengo la sensación de que el último fracaso anunciado me ha quebrado
definitivamente.
“Te he querido mucho niña”.
El Profesor dobla el folio en dos y luego
otra vez en dos, lo mete en un sobre y sobre él escribe “Noche”. Lo deja encima
de la mesa baja y se va.
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