—
Profesor.
—
Dime.
—
Acuéstate conmigo.
—
No.
—
Dame una razón.
—
Podría ser tu abuelo.
—
Para nada.
—
Sí: hubiese bastado que a los
quince años hubiese tenido un hijo/a que te hubiese tenido a los quince años.
—
Sin considerar la
improbabilidad de lo que me cuentas, para alguien que no cree en el tiempo te
veo muy preocupado por la edad.
—
Que no crea en el tiempo no
quiere decir que no tenga la edad que tengo.
—
¿Perdón?
—
Puede que no exista ni el
pasado ni el futuro, que seamos tan solo un instante lo suficientemente
duradero como para contener una vibración, un pensamiento, y nada más. Pero yo
pienso y siento como si hubiese transitado este mundo durante los últimos
cincuenta y cinco años.
—
No eres honesto.
—
Ahora soy yo el que no
entiende.
—
No eres intelectualmente
honesto. Si lo fueras, si no creyeses de verdad en el futuro, estarías en este
instante presente metido entre mis piernas. Si no lo haces es porque crees en
el futuro, crees en las consecuencias, crees en la, y cito, “infinita
concatenación de causas y efectos”.
—
Te equivocas: tan solo vivo
mi instante en coherente plenitud.
—
Pues vaya plenitud de mierda.
—
No te lo discuto.
—
…
—
Por cierto: ¿qué pintas?
—
Nada, un anciano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario