—
¿Te gusta mi nuevo pelo rojo?
—
Parece fuego.
—
¿Sí, verdad? Entonces, ¿te
gusta?
—
Me gustaba más antes.
—
¿Por qué?
—
Porque también parecían
llamas, pero llamas negras.
—
Y, claro, las llamas son
negras.
—
Claro que no: precisamente
por eso era más sorprendente que, pese a ser tu pelo negro, tus mechones
pareciesen llamas.
—
¿Demasiado explícito?, ¿de
rojo te parece demasiado explícito?
—
No, demasiado no: si a ti te
gusta…
—
Pero…
—
Pero la metáfora es más
potente cuanto mayor es la lejanía entre la referencia y el referente. La
belleza se revela en la conexión improbable, en el salto sorprendente entre la
realidad y una imagen con la que pretendemos capturarla. El placer estético
surge precisamente cuando tomamos conciencia de esa conexión imprevista entre…
—
Entonces, si me tiño de
verde…
—
Será un desastre, porque es
imposible imaginarse unas llamas verdes siendo tan fácil pensar en hojas de
hierba. Ahí la metáfora con el fuego es imposible.
—
¿Pero de negro sí?
—
Tienes razón, es raro: quizá
lo que tiene de paradójico aporte potencia a la metáfora, o quizá el oxímoron…
—
He pensado en tu cerebro mientras
veías llamas negras en mi pelo y ¿sabes qué he imaginado?
—
Dímelo.
—
Tus neuronas chisporroteando.
—
Cuánto sabes… —dice el Profesor sonriendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario