martes, 23 de octubre de 2018

Pelo rojo

Noche, de pie en medio del salón, se contempla en un gran espejo de mano que agarra por el mango. El Profesor, sentado en el sofá, la contempla a su vez. Dice Noche:

    ¿Te gusta mi nuevo pelo rojo?
    Parece fuego.
    ¿Sí, verdad? Entonces, ¿te gusta?
    Me gustaba más antes.
    ¿Por qué?
    Porque también parecían llamas, pero llamas negras.
    Y, claro, las llamas son negras.
    Claro que no: precisamente por eso era más sorprendente que, pese a ser tu pelo negro, tus mechones pareciesen llamas.
    ¿Demasiado explícito?, ¿de rojo te parece demasiado explícito?
    No, demasiado no: si a ti te gusta…
    Pero…
    Pero la metáfora es más potente cuanto mayor es la lejanía entre la referencia y el referente. La belleza se revela en la conexión improbable, en el salto sorprendente entre la realidad y una imagen con la que pretendemos capturarla. El placer estético surge precisamente cuando tomamos conciencia de esa conexión imprevista entre…
    Entonces, si me tiño de verde…
    Será un desastre, porque es imposible imaginarse unas llamas verdes siendo tan fácil pensar en hojas de hierba. Ahí la metáfora con el fuego es imposible.
    ¿Pero de negro sí?
    Tienes razón, es raro: quizá lo que tiene de paradójico aporte potencia a la metáfora, o quizá el oxímoron…
    He pensado en tu cerebro mientras veías llamas negras en mi pelo y ¿sabes qué he imaginado?
    Dímelo.
    Tus neuronas chisporroteando.
    Cuánto sabes… —dice el Profesor sonriendo.

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