—
Estás triste.
—
Estoy jodido.
—
¿Por qué?
—
Te vas a reír, pero no le
encuentro sentido a nada.
—
¿Y porque me iba a reír?
—
No sé. Hablar del sentido de
nada me suena a rancio. La cosa es que nunca he creído que la falta de sentido
de la vida me llegara a pesar, pero ahora lo hace. Cada vez que me pongo a
hacer algo no puedo evitar preguntarme ¿para qué? y la falta de respuesta me
deja exangüe.
—
¿Exangüe?
—
Sin fuerzas.
—
Ya lo sé: es que me encanta
cuando te pones pedante.
—
Eso, anímame.
—
¿Sabes que te pasa? Que
siempre pensaste que nada tenía
sentido pero nunca creíste de verdad
que nada lo tuviese. Por lo que se ve, estás empezando a creértelo.
—
El abismo me devuelve la
mirada.
—
Sí, pero recuerda que tu
amigo Nietzsche propone crear un nuevo sentido que llene el hueco dejado por la
pérdida de sentido.
—
Sí, pero eso es tanto como
salir del fango y ascender hacia el cielo tirando de mi propia coleta.
—
¿Y cuál es el problema, Münchhausen?
— ¿Qué no tengo coleta?
—
Qué chispa tienes...
No hay comentarios:
Publicar un comentario