jueves, 1 de noviembre de 2018

La muerte de Antonio

El profesor está sentado en el sillón de orejas sin hacer nada. Solo está encendida la lámpara de pie. Noche entra. Viste corpiño rojo con encaje negro, falda de gasa gris y unas botas altísimas. Sobre su cabeza dos cuernecillos rojos sobresalen de su pelo, oscuro como la noche. Noche tira sobre el sofá la capa y el bolso que lleva en la mano y dice

    Hola Profesor, ¿aún despierto?
    Sí, estoy develado. ¿Qué tal la fiesta?
    Muy divertida. Solo por ver la pinta de la gente ya merece… Profesor, te ocurre algo.
    No es nada.
    Profe…
    Al poco de irte he hablado con mi hermana y me ha contado que Antonio ha muerto.
    ¿Quién es Antonio?
    Mi mejor amigo de la infancia.
    Vaya, siento que…
    Intentamos construir un motor de agua.
    Un motor de agua…
    Teníamos catorce años. La teoría era sencilla: por electrolisis separábamos el hidrógeno del agua. Luego le soltábamos un chispazo al hidrógeno para que se inflamase y dirigíamos la expansión a una turbina para convertirla en movimiento circular.
    ¿Funcionó?
    Solo construimos la turbina.
    ¿Qué pasó?
    Antonio enloqueció. Aun no sé qué le ocurrió: solo sé que su cabeza dejó de funcionar y que empezó a tener ataques epilépticos. Suspendió curso y poco a poco nos distanciamos.
    ¿Volviste a verle?
    Sí, claro, nos veíamos por el barrio. Siempre tenía algún proyecto en la cabeza. Una vez me dijo que sabía dónde estaba el oro: “en los bancos, el oro está en los bancos”, y me propuso ir a por él: “oro, tío, oro”, me decía. Luego nos vimos varias veces a lo largo de los años: yo iba de visita y él…, bueno, él simplemente vagabundeaba por las mismas calles de siempre. Al verme no me saludaba o me preguntaba que qué tal. Antonio iba directamente al grano: aunque hubieran pasado años desde nuestro último encuentro, se me acercaba mucho, como si me fuese a hacer una confidencia, y me preguntaba: “has estudiado matemáticas, ¿verdad?”.
    Te envidiaba.
    En su situación era fácil envidiar a cualquiera, pero era algo más que eso. Antonio, al no llegar nunca a enfrentarse a la realidad, nunca olvidó nuestros sueños de críos.
    El motor de agua…
    No: ser sabios.
    Wow.
    Y robar bancos, claro.




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