Noche lleva una camiseta negra con un árbol
en blanco, infinitamente ramificado y sin hojas, estampado en el pecho. El
Profesor, vestido con un pantalón negro y flojo, nos mira por la ventana.
—
En las bifurcaciones. Si
miras a la gente mientras anda por la calle, la primera impresión es que todos
saben adónde van. Pero si te fijas con un poco más de atención ves que muchos
se paran de repente y se quedan quietos durante unos segundos. Después, la
mayoría sigue su camino, pero un pequeño porcentaje cambia de dirección.
—
Se han olvidado de algo.
—
Sí, seguro que muchas veces
es eso, pero no siempre. En ocasiones algo en sus mentes, un pensamiento, un
argumento, un recuerdo, les ha hecho plantearse un
dilema.
—
Una bifurcación.
—
Exacto: se han encontrado con
una bifurcación y se han visto obligados a tomar una decisión, a elegir entre
los futuros posibles.
—
Pero eso pasa a cada
instante.
—
Claro que sí, pero
normalmente no somos conscientes ni de que podríamos hacer otra cosa distinta
de la que tenemos previsto hacer ni de que ese cambio puede alterar el rumbo de
nuestra vida. Cada instante es potencialmente una bifurcación, pero solo en
contadas ocasiones somos plenamente conscientes de que estamos tomando una
decisión, aunque sea la de no cambiar nada.
—
Yo los visualizo. Visualizo esos
instantes.
El profesor se separa por primera vez de la
ventana y mira con gesto curioso a Noche, que lleva un rato haciendo malabares
con tres manzanas.
—
¿Qué visualizas, la
bifurcación?
—
No, a mí misma, me veo a mí
mismo siguiendo otro camino. El otro día, por ejemplo: iba en coche a la
universidad, por la autopista. Vi entonces el cartel de la salida 17 y me
acordé de tu personaje, de Lang. Y pensé en lo bien que estaría pasar de las
clases de doctorado y escabullirme por la salida 17, como Lang.
—
¿Lo hiciste?
—
No, que va, ya me conoces: en
el fondo soy una mujer de orden. Sin embargo, vi cómo una silueta de humo
azulado, como una doble transparente de mí misma emanaba de mí y se desviaba
hacia la derecha en un coche igualmente de humo azulado y transparente y se
salía de la autopista por la salida 17. Le seguí la pista durante unos
segundos, hasta que un bocinazo me advirtió de que me estaba saliendo del
carril. Aun así, le eché un último vistazo a mi ectoplasma mientras se alejaba
por la curva de la salida 17. Cuando me pasan estas cosas me quedo siempre un
poco triste, porque entiendo que me estoy perdiendo algo, que hay toda una vida
que se hace humo por mi elección.
—
Noche, eso es terriblemente
literario.
— ¿Verdad que sí? Te lo regalo.
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