— Pasa en las películas, en las novelas, incluso en la vida: asistes
a conflictos entre personas que se resolverían fácilmente si hablasen un poco,
si se dijesen lo que piensan, si mostrasen sinceramente sus deseos, o sus
temores. Cuántos malentendidos podría resolverse con una conversación. Lo ves
ahí en la pantalla y no puedes evitar pensarlo: díselo— piensas—, dile que le
amas, o que nunca le has soportado; dile que tienes la llave, o que encontraste
el anillo, o que eres homosexual; dile que eres rico, o pobre, o
extraterrestre; dile que todo empezó siendo una broma o una apuesta, pero que
ahora todo es real; haz lo que sea, móntatelo como puedas, pero díselo. Lo que
es absurdo es no decirlo, lo absurdo es callarse y que todo se vaya al traste
por no hablar.
— ¿De verdad no lo entiendes?
— Claro que no lo entiendo. No comprendo qué mecanismo puede
esconderse tras esa negación a entenderse. Si lo piensas, es evolutivamente
absurdo. Todo lo que favorezca el entendimiento debería estar premiado en la
ruleta de la evolución. Sin embargo, nos empeñamos
en no entendernos como si encontrásemos algún placer especial en no entendernos
en absoluto.
— Quizá sea porque expresarse con sinceridad y poner las cartas
encima de la mesa supone mostrar tus debilidades, o mostrar todos esos deseos
que solo se satisfacen a costa de los demás; quizá sea porque hablar con
sinceridad significa reconocer errores, incoherencias, mezquindades; quizá sea
porque para decir la verdad sea necesario conocerla, cosa que no ocurre
siempre, a veces porque ni siquiera queremos conocerla; quizá sea porque nos da
miedo la reacción del otro, porque puede, incluso, que no deseemos conocer la
reacción del otro a nuestra realidad y que prefiramos permanecer ignorantes
ante el pensamiento del otro; quizá sea porque, se me ocurre, expresarnos con
sinceridad nos obliga a asumir un papel del que aún no estamos seguros, a
decantarnos por una de nuestras alternativas y preferimos seguir viviendo en
ese misterio en el que todo es aún posible; quizá ese entendimiento del que
hablas sea imposible porque la verdad no exista. Se me ocurre que decir la
verdad implica colapsar la onda y escoger entre uno de los muchos mundos
posibles y que eso es tanto como señalar una paja infinitesimal de un pajar
infinito y apostar porque es la aguja.
— No debería haberte dejado ese libro de mecánica cuántica.
— Ya es tarde.
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