jueves, 1 de noviembre de 2018

¿Por qué no habla la gente?

Noche lleva una camiseta en la que se puede leer “Este enunciado es falso”. En la ventana de la cuarta pared hay un montón de papeles adhesivos de colores que el Profesor se dedica a despegar, leer y pegar en sitios distintos. De pronto se para y, sin darse la vuelta, dice

    Pasa en las películas, en las novelas, incluso en la vida: asistes a conflictos entre personas que se resolverían fácilmente si hablasen un poco, si se dijesen lo que piensan, si mostrasen sinceramente sus deseos, o sus temores. Cuántos malentendidos podría resolverse con una conversación. Lo ves ahí en la pantalla y no puedes evitar pensarlo: díselo— piensas—, dile que le amas, o que nunca le has soportado; dile que tienes la llave, o que encontraste el anillo, o que eres homosexual; dile que eres rico, o pobre, o extraterrestre; dile que todo empezó siendo una broma o una apuesta, pero que ahora todo es real; haz lo que sea, móntatelo como puedas, pero díselo. Lo que es absurdo es no decirlo, lo absurdo es callarse y que todo se vaya al traste por no hablar.
    ¿De verdad no lo entiendes?
    Claro que no lo entiendo. No comprendo qué mecanismo puede esconderse tras esa negación a entenderse. Si lo piensas, es evolutivamente absurdo. Todo lo que favorezca el entendimiento debería estar premiado en la ruleta de la evolución. Sin embargo, nos empeñamos en no entendernos como si encontrásemos algún placer especial en no entendernos en absoluto.
    Quizá sea porque expresarse con sinceridad y poner las cartas encima de la mesa supone mostrar tus debilidades, o mostrar todos esos deseos que solo se satisfacen a costa de los demás; quizá sea porque hablar con sinceridad significa reconocer errores, incoherencias, mezquindades; quizá sea porque para decir la verdad sea necesario conocerla, cosa que no ocurre siempre, a veces porque ni siquiera queremos conocerla; quizá sea porque nos da miedo la reacción del otro, porque puede, incluso, que no deseemos conocer la reacción del otro a nuestra realidad y que prefiramos permanecer ignorantes ante el pensamiento del otro; quizá sea porque, se me ocurre, expresarnos con sinceridad nos obliga a asumir un papel del que aún no estamos seguros, a decantarnos por una de nuestras alternativas y preferimos seguir viviendo en ese misterio en el que todo es aún posible; quizá ese entendimiento del que hablas sea imposible porque la verdad no exista. Se me ocurre que decir la verdad implica colapsar la onda y escoger entre uno de los muchos mundos posibles y que eso es tanto como señalar una paja infinitesimal de un pajar infinito y apostar porque es la aguja.
    No debería haberte dejado ese libro de mecánica cuántica.
    Ya es tarde.

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