miércoles, 7 de noviembre de 2018

Perversión

Es de noche. Por la ventana entra un resplandor rojizo. Noche está sentada en el sofá. Está descalza, con sus largas piernas al aire y lleva una camiseta con la Lolita de Kubrick estampada, esa en la que mira por encima de las gafas de corazón y chupa una piruleta. Noche abraza un oso de peluche, aunque sin interés. El Profesor, en la mesa de dibujo, trastea con el portátil, que ilumina su rostro con una luz azulada y ácida.

    Profesor.
    Dime.
    Creo que te he descubierto.
    Pero eso… ¡eso es maravilloso! ¡Yo llevo cincuenta y cinco años intentándolo! Por favor, ilústrame.
    Eres un perverso.
    Me halagas, pero no…
    Sí, sí que lo eres, eres un perverso.
    Sé que lo voy a lamentar, pero, sea: ¿por qué soy un perverso?
    Por no acostarte conmigo.
    Notable. Retorcido, pero notable.
    Sabes que te he pillado.
    ¿Pillado?
    Sí, he descubierto el porqué de tu absurdo comportamiento.
    ¿Absurdo?
    Pero bueno, ¿ahora vas de terapeuta?
    ¿Terapeuta?
    Eres un perverso. Si te acostases conmigo no harías más que lo que se espera de un hombre. Es verdad que podría generarse algún conflicto moral relacionado con la diferencia de edad, o quizá cierta dificultad en compaginar la amistad y el sexo, pero nada, poca cosa. Sin embargo, vivir así, con una mujer como yo…
    Una diosa.
    Oye, no te rías.
    Lo he dicho en serio.
    Vivir así como vivimos, en perfecta castidad, es la perversión suma.
    La verdad es que no está mal visto. ¿Sabes que hasta me hace ilusión? Me gusta cómo suena: perverso…
    Lo que yo decía.


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