—
Profesor.
—
Dime.
—
Creo que te he descubierto.
—
Pero eso… ¡eso es
maravilloso! ¡Yo llevo cincuenta y cinco años intentándolo! Por favor,
ilústrame.
—
Eres un perverso.
—
Me halagas, pero no…
—
Sí, sí que lo eres, eres un
perverso.
—
Sé que lo voy a lamentar,
pero, sea: ¿por qué soy un perverso?
—
Por no acostarte conmigo.
—
Notable. Retorcido, pero
notable.
—
Sabes que te he pillado.
—
¿Pillado?
—
Sí, he descubierto el porqué
de tu absurdo comportamiento.
—
¿Absurdo?
—
Pero bueno, ¿ahora vas de
terapeuta?
—
¿Terapeuta?
—
Eres un perverso. Si te
acostases conmigo no harías más que lo que se espera de un hombre. Es verdad
que podría generarse algún conflicto moral relacionado con la diferencia de
edad, o quizá cierta dificultad en compaginar la amistad y el sexo, pero nada,
poca cosa. Sin embargo, vivir así, con una mujer como yo…
—
Una diosa.
—
Oye, no te rías.
—
Lo he dicho en serio.
—
Vivir así como vivimos, en
perfecta castidad, es la perversión suma.
—
La verdad es que no está mal
visto. ¿Sabes que hasta me hace ilusión? Me gusta cómo suena: perverso…
—
Lo que yo decía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario