—
¡Vámonos!
—
¿Adónde?
—
A la calle, a un parque, a un
jardín, a buscar un acantilado, una cima, a colonizar una terraza y sentarnos o
tumbarnos o lo que podamos y mirar al sol con los ojos cerrados y dejar que su
calorcillo invernal nos caliente las mejillas.
—
Noche, tengo que trabajar…
—
Vámonos, Profesor, abrígate y
vámonos, te voy a llevar al Retiro y te voy a pedir un café con un chispazo de
algo, como a ti te gusta, y vamos a ver pasar a las mucamas con sus bebes, y a
las parejas de enamorados dándose calor, y a los jubilados que rumian en
silencio las batallitas que luego le contarán a sus nietos.
—
Noche, ahora estoy liado con…
—
Vámonos, Profesor, vámonos,
si quieres vámonos a la sierra, te llevaré a la nieve, y veremos a los críos
deslizarse como locos en sus trineos, y a sus padres felices de ver a sus niños
felices, y a guapos montañeros preparar
sus equipos justo antes de coger los senderos que les llevarán a las cumbres.
—
Noche, hoy no…
—
Profesor, por favor, vámonos,
¿no lo entiendes? Vámonos, por favor.
El Profesor, por primera vez, aparta la
mirada del ordenador, mira a Noche y ve su rostro devastado por las
lágrimas.
—
¿Sabes que me ha sonado bien
eso del chispazo? Vámonos.
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