—
¿Profesor?
—
¿Mmm?
—
Estaba recordando aquella
mañana, cuando me trajiste champán y bombones para desayunar.
—
¿Sí?
—
Fuiste encantador.
—
Tú te lo mereces.
—
No seas zalamero, no te pega.
Lo que me pregunto es… ¿por qué no eres tan
encantador más veces?
—
…
—
¿Profesor?
—
Porque no quiero gustarte
demasiado.
—
Eres un hijo de puta.
—
No te enfades conmigo, deja
que me explique.
—
Dale.
—
Todo esto es un problema semiótico.
—
Estaba segura.
—
No sé cuánto tiene de
genético o de cultural, pero las mujeres sois sensibles a ciertos
comportamientos…
—
Sigue, sigue, que esto cada
vez me gusta más.
—
… comportamientos de los que
sacáis conclusiones erróneas.
—
Como… ¿por ejemplo?
—
Los gestos encantadores. Lo
que en el hombre forma parte del flirteo, la mujer puede interpretarlo como una
declaración de sentimientos.
—
Es decir, que vuestra danza
para follar nosotras la interpretamos como una petición de mano.
—
Yo no lo diría en esos términos,
pero…
—
¿Por eso no me traes más
champán para desayunar?
—
Bueno, por eso y por la cosa
de la salud…
—
Querido, ya que no puedo
esperar otra cosa de ti, por favor, no te cortes con el champán.
—
…
—
Ni con los bombones.
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