sábado, 2 de febrero de 2019

La utopía de Noche

Noche está en el ordenador mirando fotos en las que aparecen dos chicas apenas adolescentes. Posan, ríen, se tapan, se abrazan, cuchichean.

    ¿Sabes, Profesor? A estas alturas ya he tenido un par de experiencias emocionantes. He aprendido, he amado, he visto cosas que no creerías… Sin embargo, los años más dulces de mi vida, los más luminosos, esos que siempre me hacen sonreír cuando los recuerdo, son los que pasé con Gisela.
    ¿Tu compañera del colegio?
    Fue un flechazo: desde que nos conocimos nos hicimos inseparables. Nos entendíamos a la perfección, sin palabras, aunque las palabras nos salían a borbotones. Por aquel entonces nos gustaban las nubes y los unicornios, los rotuladores de colores brillantes y los chicos con flequillo rebelde. Nos reíamos de todo todo el tiempo y si algo merecía la pena es porque podíamos contárnoslo. Las palabras son de ahora pero la sensación que recuerdo es la de descubrirme por primera vez a mí misma como un individuo gracias a que estaba Gisela para mirarme en ella como en un espejo. Nos gustaba creer que nos parecíamos, y que nuestras voces sonaban iguales, cosa que favorecíamos imitándonos la una a la otra. Desde entonces no concibo nada superior a la amistad, nada más maravilloso y deseable que esa complicidad. Ser yo y sentirme a la vez tan identificada con otro, esa es mi utopía.
    Bonito.
    Sí.
    ¿Qué pasó con Gisela?
    Crecimos. 
    Ya.
   
    Parece que las utopías siempre se sitúan de alguna forma en el pasado.
    Si lo piensas tiene sentido: ¿cómo construimos un mundo ideal? Amplificando lo bueno conocido y proyectándolo hacia delante.
    Pero eso hace de la utopía un hecho melancólico.
    Sí. También la utopía. 

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