Ahora es el Profesor el que está de pie
frente al espejo psiqué. Noche mira, alternativamente, al Profesor y a su
reflejo.
—
Profesor, si cuando te miras
en el espejo no te reconoces, ¿qué ves?
—
Reconozco rasgos que me son
familiares, más los gestos que otra cosa, pero no el rostro con el que me
identifico.
—
¿Y ese rostro es…?
—
El de los treinta y uno.
—
Wow, ¿así de claro lo tienes?
—
Sí: un día decidí zanjar el
asunto y me puse a ver fotografías hasta que me dije: este soy yo. Era una foto
de cuando tenía treinta y uno.
—
Te viste guapo.
—
Me vi como me imagino a mí
mismo cuando no me veo.
—
Y como te imaginas que te ven
los demás.
—
Exacto: ese es el problema:
que los demás ven al de ahora, pero yo imagino que ven al otro, al de antes, al
de los treinta y uno.
—
Eres un frívolo.
—
Es increíble: te miras en el
espejo y no te reconoces. Entonces intentas sustraer de la imagen los estragos
del tiempo, intentas recordar el cómo y el porqué de cada cicatriz para
borrarla después. Pero todo esfuerzo es fútil: nunca logras recomponer la
imagen original: a fin de cuentas, ese que ves eres tú.
—
Insisto: eres un frívolo: los
demás no vemos solo tu cara: vemos
tus palabras, tus expresiones, tus miradas. Ya no eres el chico guapo de antes,
pero a cambio eres mucho más.
—
Sí: transparente.
—
Confirmado: eres un frívolo.
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