Noche está vestida con su mono de pintar y
arroja con verdadera furia montones de pintura a un enorme lienzo que ha
colocado horizontalmente sobre el suelo. La pintura, ni sólida ni líquida,
impacta con el lienzo formando grumos, explosiones, estelas.
El Profesor, sentado en el sillón de
orejas, la observa. En cierto momento dice
— Noche, ¿qué ha pasado?
—
Un imbécil me ha dicho que
yo, en el fondo, creo.
—
¿Crees qué?
—
Pues en dios, en qué va a
ser.
—
Pero no crees.
—
Pues claro que no, qué
tontería.
—
¿Entonces?
—
Pues que el tipo se ha
atrevido a decirme lo que realmente pasa en mi cabeza, el muy hijo de puta se
ha jactado de saber lo que pasa en mi cabeza y se ha atrevido a decírmelo y
a…
—
Contexto.
—
Estábamos hablando de la
existencia de dios: me acababa de soltar el argumento de que todo tiene una
causa y que por tanto debe haber un dios causa del universo. Cuando le contesto
lo clásico, que, en tal caso, dios también debería ser efecto de una causa
previa, me suelta que yo, en el fondo, pese a esconderme tras todos esos
argumentos, tengo fe. Hijo de puta…
—
Le has dejado sin salida, has
desmontado su débil chiringuito argumental: en términos técnicos: has hecho que
se le caigan los palos del sombrajo.
—
¿Y?
—
Pues que los animales, cuando
nos vemos acorralados, nos revolvemos a la desesperada. ¿Acaso pretendías que
te diese la razón?
—
Naturalmente.
—
Noche, ¿de verdad crees que
si les interesase lo más mínimo la razón seguirían creyendo?
—
Wow.
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