El Profesor entra en el salón y encuentra a
Noche sentada en el sofá con los codos apoyados en las piernas y las manos
cubriendo sus ojos. Dice
— Noche, ¿qué te pasa?
— Noche, ¿qué te pasa?
—
Resulta
que tienes una buena vida, que haces lo que quieres y que estás al lado de
quien quieres. De pronto surge algo, algo prometedor, surge alguien
ilusionante, surge una posibilidad que querrías explorar, una vida que querrías
vivir. Entonces, cuando estás más encantada, te acuerdas de la buena vida que
tienes y descubres que tienes que elegir o, lo que es lo mismo, renunciar.
—
Poder
elegir es mucho mejor que no poder elegir en absoluto.
—
Sí,
pero es mejor no tener que elegir que tener que hacerlo.
—
Enhorabuena,
has descubierto la tercera vía de la bifurcación.
—
Que
es…
—
Pues
eso, no tener que elegir, poder seguir los dos senderos a la vez.
—
¿Se
vale?
—
Otra
vía es la de los budistas: renunciar a ambas, renunciar a todo.
—
Vaya
gilipollez de solución.
El gesto de Noche
es una rara mezcla de tristeza y enfado. El Profesor se ha quedado de pie, sin
saber qué hacer. Por fin dice
—
¿Te
vas?
—
No.
—
Pues deberías
irte.
—
¿Por
qué?
—
Porque
si te quedas yo seré el culpable de tu renuncia; porque cuando las cosas vayan
mal, y antes o después irán mal, pensarás que
mejor te hubiese ido en ese otro lugar al que quieres renunciar; porque
la realidad nunca puede competir con los sueños; porque…
—
Todo
eso me pasaría igualmente si me voy.
—
Seguramente,
pero el culpable sería otro.
Noche se levanta,
se acerca al Profesor y le dice muy cerca
— ¿Sabes? Me
quedo.
—
¿Por
qué?
—
Por
esta conversación.
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