Noche ojea las fotos antiguas de la caja de
fotos antiguas. Se queda mirando largo tiempo la imagen de una mujer joven que,
encaramada en una hornacina, simula una pose beatifica con su cabeza ladeada y
sus manos juntas en posición de rezo. Sin dejar de mirar, dice
—
Profesor, ¿la has vuelto a
ver?
—
¿A quién?
—
A la chica guapísima.
—
Carmen, se llamaba Carmen. ¿Qué
foto estás viendo?
—
Está haciendo como de virgen
subida en una…
—
Es en Venecia.
—
¿La has vuelto a ver? ¿Os
veis?
—
No, pero nos escribimos
durante un tiempo.
—
¿Ya no?
—
Murió. Cáncer.
—
Profesor, lo siento, yo…
—
Fue algo extraño: tras años
sin saber de ella me encontró en la red y me escribió. Insomnes los dos nos buscábamos
a las horas más improbables y cuando nos encontrábamos nos contábamos nuestra
vida, aunque sobre todo recordábamos los viejos tiempos.
—
Qué romántico.
—
Era emocionante saber que
podía encontrarla ahí en la madrugada, cuando los demás dormían, dispuesta a
charlar. Una de esas noches me cuenta que le han diagnosticado un cáncer
bastante agresivo. Poco después, el silencio.
—
Debió de ser duro.
—
Me la encuentro a diario en
la ciudad. La imagino en mujeres que caminan por el andén contrario al mío. La
veo en los aeropuertos, en los parques jugando con niños, en bares de
madrugada. La veo cada vez que alguien se vuelve para mirar a una mujer que
pasa.
—
Pero si ella…
—
La sigo buscándola en la red.
Cuando no consigo conciliar el sueño pongo su nombre en los buscadores y sigo
su pista en internet y recompongo su imagen acumulando las estelas electrónicas
que dejó en su paso por el mundo.
—
Pero si ella…
— Sí, es verdad, murió, pero ese tan solo es un dato de su
biografía. Yo busco los otros, todos los demás.
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