Noche viste un top y unos leggins deportivos y se dedica, en medio
del salón, a hacer lo que parecen estiramientos. El Profesor, en el sillón de
orejas, la mira.
—
Profesor, me estás poniendo
nerviosa.
—
Perdóname, no pensaba que te
molestara que…
—
No, si no me molesta que me
mires: lo que me molesta es que estés ahí sin hacer nada. ¿Por qué no te cambias y estiras conmigo?
—
No.
—
¿Por qué?
—
Para los que no creemos en el
tiempo los sacrificios no tienen sentido. Por ejemplo, hacer ejercicio: cuando
crees en el tiempo y en la continuidad del yo, ese absurdo que consiste en
cansarte adrede cobra sentido por los presuntos beneficios futuros. Pero, si no
creo en el futuro, si no creo que este que soy vaya más allá del instante
presente, ¿por qué sudar?
—
Nunca jamás había escuchado
una excusa tan absurda.
—
No es una excusa, es
honestidad intelectual: vivo como pienso.
—
Pues serás el único.
—
Kant tampoco sudaba.
—
¿Nunca?
—
Nunca.
—
Otro soso.
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