Noche hojea un álbum de fotos. De pronto
pone cara de sorpresa, acaricia una imagen con la yema del dedo medio y dice
—
¿Este eres tú?
—
Describe.
—
Primer plano de uno que mira
hacia atrás mientras echa humo por la boca.
—
Sí, soy yo.
—
¡Eras monísimo! ¿De cuándo es
la foto?
—
Tendría veintiséis o
veintisiete años.
—
Guapito, con tu coleta, matemático,
debías ser la bomba.
—
Era un idiota.
—
Seguro que eras romántico. Te
imagino apasionado, vital, lleno de…
—
Sí, exacto: un idiota.
—
No te pongas cínico.
—
No lo pretendo: todos esos adjetivos
son sinónimos de irracional.
—
A veces la pasión da grandes
resultados.
—
No: a veces la pasión
coincide con grandes resultados. No hay relación causal. La pasión también
puede acompañar a grandes fracasos. O a grandes nadas.
—
La pasión es lo que nos hace
superar dificultades que de otra manera serían insalvables.
—
No: la pasión nos hace creer
el absurdo de que esos obstáculos eran insalvables pero que nosotros, gracias a
nuestra fuerza interior, los superamos pese a todo.
—
¿Quieres decir que no ha
habido gente extraordinaria?
—
Claro que la ha habido, y la
hay, pero no por ser apasionada, sino por ser inteligente.
Noche guarda silencio, pero mira sonriente al Profesor.
— ¿Qué?
—
A ver, si en el fondo estoy de
acuerdo contigo respecto de la pasión, pero…
—
¿Sí?
—
Pues que hay cierta graciosa
contradicción en que tú precisamente hables así cuando eres el tipo más
apasionado que conozco.
—
No veo ninguna contradicción:
sigo siendo romántico e idiota.
Noche deja el libro de fotos sobre el sofá,
se acerca hasta el sillón de orejas y allí, mientras pasa una mano por la
cabeza del Profesor, dice…
—
Idiota no, pero un poco
tonto…
No hay comentarios:
Publicar un comentario