Noche está subida en la escalera de la
librería. Viste una camiseta con un dibujo de Nessie estampado en
el pecho. Sujeta un grueso volumen y busca entre sus páginas. El Profesor la
mira con atención. Por fin, Noche lee
— Escucha: “La razón es, y sólo debe ser,
esclava de las pasiones, y no puede pretender otro oficio que el de servirlas y
obedecerlas”.
—
Ah, el viejo escocés.
—
¿Te das cuenta? Hume, un
razonador extraordinario, sabía sin embargo que todo lo que hacemos con la
razón es satisfacer nuestras pasiones.
—
Porque sabía que a la
voluntad no le bastan la razones. Necesita algo más, el deseo, el apetito…
—
Exacto: por eso hay gente
inteligente que piensa mal, porque la razón no es autónoma: son nuestras
pasiones las que nos confunden.
—
De alguna forma ya te lo…
—
Sin embargo, Hume se
equivoca.
—
¡Como osas! –dice el Profesor
con gesto impostado y ampuloso.
—
Por ti: tú refutas a Hume.
—
Jamás.
—
Vámonos a la cama.
—
Sabes que no…
—
¿Por qué?
—
Por muchas razones que…
—
Repite eso.
—
Por muchas razones…
—
Para ser esclava tu razón
parece mandar en ti de la hostia.
Se quedan en silencio. Noche
baja de la escalera y se acerca al sillón de orejas, donde el Profesor se ha
quedado cabizbajo, mirando al suelo, con gesto triste.
—
Profesor, no te enfades…
—
Noche, no me enfado contigo,
me enfado con ese imbécil de Hume.
—
…
—
Y con esta razón mía tan
poderosa.
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