domingo, 14 de julio de 2019

Sueños de futuro

El Profesor nos mira por la ventana. Noche lee en el sofá La conquista de la felicidad, de Russell. Deja el libro sobre la mesa y dice

    Profesor, no eres feliz.
    No, ni falta que me hace.
    ¿Por qué?
    Pues porque la felicidad es incompatible con ciertos estados mentales a los que no quiero renunciar y…
    No, quiero decir que por qué no eres feliz
    ¿Por qué no tengo motivos para serlo?
    A veces pareces tan… simple.
    Lo soy.
    OK. Una vez de acuerdo en el diagnóstico, dime, ¿por qué no eres feliz?
    Porque este puñetero mundo de mierda no se parece en nada al que imaginé de crío.
    ¿Y qué extraordinario mundo es ese que imaginaste de crío? ¿Las nubes eran de algodón de azúcar y los ríos de leche condensada?
    No: imaginaba una pradera bañada por un sol cálido y amable. Imaginaba robots que van y vienen, trabajando. Imaginaba gente que se pasea por una inmensa plaza y que se para con unos y con otros para hablar. Imaginaba un mundo de conversaciones sin fin. Me imaginaba vestido con una sábana charlando con otros humanos vestidos con sábanas blancas de la física del átomo; de si Brecht o Stanislavski, de si Breccia o Moebius, de por qué el romanticismo aburre y el barroco no; o de si hay un universo o infinitos. Imaginaba un mundo de conversadores.
    Profesor, tu soñabas con la Atenas de Pericles.
    Sí, pero sin esclavos y con un curso de física superior.
    Qué cachondo.


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