miércoles, 4 de septiembre de 2019

El libro sobre ateísmo

El Profesor lee en el sillón de orejas. Noche lleva una camiseta negra con la silueta blanca de un unicornio y, sobreimpreso y en rojo, el circulo barrado de la señal de prohibido. Está en el sofá, trasteando con una cámara. De pronto dice

    ¿Has avanzado con tu libro sobre ateísmo?
    No demasiado.
    ¿Y eso?
    Supongo que el tema no me interesa tanto como pensaba.
    ¿Dudas?
    No, no se trata de eso: tengo claras las ideas, el esquema, las cuestiones a tratar...
    ¿Entonces?
    Pues que a la hora de escribir me entra pereza. A fin de cuentas, yo ya me lo sé: no sé qué voy a conseguir escribiendo todo eso que ya he pensado.
    ¿Quizá ayudar a los demás a entender todo eso que has pensado?
    No voy a cambiar la opinión de los creyentes y los ateos ya están convencidos. Quizá haya algún dudoso por ahí, pero…
    No estoy de acuerdo. Es verdad que es difícil que hagas dudar a un creyente, pero a muchos ateos les puede venir bien ver formalizadas las ideas que quizá han adquirido intuitivamente, encontrar  respuestas claras a cuestiones difíciles, reflexionar sobre matices que…
    Sí, sí, si lo he pensado mil veces, pero no me resulta suficiente. Escribir, escribir bien, se entiende, es difícil y agotador: si aun así lo haces es por la emoción que sientes mientras trabajas en el texto, mientras buscas la palabra adecuada, la construcción, el juego. Pero si no sientes esa emoción…
    Si pensar en tus lectores no te basta, quizá pensar en los otros sí.
    ¿Los otros?
    Sí: ¿te imaginas lo que les parecerá a los popes, lo que pensarán los jerarcas, lo que sentirán los hierofantes de tus escritos?

El Profesor guarda silencio: parece pensar. De pronto sonríe y dice 

    Eres mala.
    No puedo tener mejor maestro.

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