El Profesor lee en el sillón de orejas.
Noche lleva una camiseta negra con la silueta blanca de un unicornio y,
sobreimpreso y en rojo, el circulo barrado de la señal de prohibido. Está en el
sofá, trasteando con una cámara. De pronto dice
— ¿Has avanzado con tu libro sobre ateísmo?
— No demasiado.
— ¿Y eso?
— Supongo que el tema no me interesa tanto como pensaba.
— ¿Dudas?
— No, no se trata de eso: tengo claras las ideas, el esquema, las cuestiones a tratar...
— ¿Entonces?
— Pues que a la hora de escribir me entra pereza. A fin de cuentas, yo ya me lo sé: no sé qué voy a conseguir escribiendo todo eso que ya he pensado.
— ¿Quizá ayudar a los demás a entender todo eso que has pensado?
— No voy a cambiar la opinión de los creyentes y los ateos ya están convencidos. Quizá haya algún dudoso por ahí, pero…
— No estoy de acuerdo. Es verdad que es difícil que hagas dudar a un creyente, pero a muchos ateos les puede venir bien ver formalizadas las ideas que quizá han adquirido intuitivamente, encontrar respuestas claras a cuestiones difíciles, reflexionar sobre matices que…
— Sí, sí, si lo he pensado mil veces, pero no me resulta suficiente. Escribir, escribir bien, se entiende, es difícil y agotador: si aun así lo haces es por la emoción que sientes mientras trabajas en el texto, mientras buscas la palabra adecuada, la construcción, el juego. Pero si no sientes esa emoción…
— Si pensar en tus lectores no te basta, quizá pensar en los otros sí.
— ¿Los otros?
— Sí: ¿te imaginas lo que les parecerá a los popes, lo que pensarán los jerarcas, lo que sentirán los hierofantes de tus escritos?
— ¿Has avanzado con tu libro sobre ateísmo?
— No demasiado.
— ¿Y eso?
— Supongo que el tema no me interesa tanto como pensaba.
— ¿Dudas?
— No, no se trata de eso: tengo claras las ideas, el esquema, las cuestiones a tratar...
— ¿Entonces?
— Pues que a la hora de escribir me entra pereza. A fin de cuentas, yo ya me lo sé: no sé qué voy a conseguir escribiendo todo eso que ya he pensado.
— ¿Quizá ayudar a los demás a entender todo eso que has pensado?
— No voy a cambiar la opinión de los creyentes y los ateos ya están convencidos. Quizá haya algún dudoso por ahí, pero…
— No estoy de acuerdo. Es verdad que es difícil que hagas dudar a un creyente, pero a muchos ateos les puede venir bien ver formalizadas las ideas que quizá han adquirido intuitivamente, encontrar respuestas claras a cuestiones difíciles, reflexionar sobre matices que…
— Sí, sí, si lo he pensado mil veces, pero no me resulta suficiente. Escribir, escribir bien, se entiende, es difícil y agotador: si aun así lo haces es por la emoción que sientes mientras trabajas en el texto, mientras buscas la palabra adecuada, la construcción, el juego. Pero si no sientes esa emoción…
— Si pensar en tus lectores no te basta, quizá pensar en los otros sí.
— ¿Los otros?
— Sí: ¿te imaginas lo que les parecerá a los popes, lo que pensarán los jerarcas, lo que sentirán los hierofantes de tus escritos?
El Profesor guarda silencio: parece pensar. De pronto sonríe y dice
— Eres mala.
— No puedo tener mejor maestro.
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