miércoles, 30 de octubre de 2019

La tortuga

El Profesor está a la derecha del sofá, leyendo El aroma del tiempo, de Han. Noche, tumbada boca arriba, con la cabeza apoyada en el respaldo izquierdo y los pies descalzos sobre las piernas del Profesor, no hace nada.

De pronto, le da un pequeño golpe con un pie al libro del Profesor, pero este no da señales de inmutarse. Pasan unos segundos y Noche da un segundo golpe, algo más fuerte que el anterior, pero el Profesor mantiene impertérrito el libro entre sus manos. Poco después, un tercer golpe de pie es lo suficientemente fuerte como para librar al libro de su agarre y mandarlo a la otra punta de la habitación.

    Dime, Noche.
    Cuéntame algo, anda…

El Profesor coge con sus manos los pies desnudos de Noche y empieza a masajearlos. Luego dice

    De crío mis padres tenían unos amigos que eran los dueños de una bodega de barrio. Los sábados cerraban antes y a veces pasábamos allí la tarde con ellos. Entonces yo me iba al patio, donde se amontonaban cajas y cajas de botellas vacías que había que clasificar. Yo lo hacía encantado porque ya entonces me gustaba poner orden en cosmos, porque me regalaban cromos de la colección La conquista del espacio y, sobre todo, porque antes o después encontraba la tortuga. No sé qué especie sería, supongo que un galápago, pero vivía allí, en el patio, oculta debajo de cualquier cosa. Aunque sabía que aparecería, la posibilidad llenaba mi tarea de emoción y vivía el encuentro con la intensidad del descubrimiento. Entonces la cogía con cuidado, la colocaba en el suelo delante de mí y esperaba a que saliese de su escondrijo portátil. Me fascinaba todo de ella: que se pudiese esconder en sí misma, que viviese en aquel lugar, que tuviese el cuello tan arrugado y las patas tan fuertes, y, sobre todo, que fuese tan lenta. Me pasé horas allí pensando en el tiempo y en las escalas. Hice cálculos: quería saber cuán grande era aquel lugar para la tortuga. Siendo tan pequeña y tan lenta, pensaba que debía sentirse allí como en un barrio, quizá como en una ciudad. Aunque lo que más excitaba mi imaginación era el tiempo. Me di cuenta de que, siendo lenta, también vivía mucho tiempo, por lo que especulé con la idea de que, en el fondo, los animales de todas las especies viviésemos un mismo tiempo relativo. Quiero decir que…

El Profesor mira a Noche, ve que duerme plácidamente, y deja de hablar.

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