—
¿Qué te pasa?
—
He estado viendo a mi abuela
en la residencia.
—
¿Le ocurre algo?
—
Al principio no me ha
reconocido. Luego, como si el hablarle hubiese avivado algún fuego en su
cerebro, ha dicho mi nombre y me ha sonreído.
—
Debe ser duro.
—
¿Sabes lo que me resulta más
duro? Ver como se aferra al mundo.
—
Bueno, es un automatismo, un
instinto.
—
No, no me refiero a la
supervivencia física. Me refiero a cómo se aferra a su propia memoria. Se pasa
la vida recitando las capitales de los países del mundo. Lo hace siguiendo las
subregiones de la ONU, una a una y país a país.
—
¿Las subregiones de la ONU…?
—
Nos las enseñó cuando éramos
pequeños y a sus órdenes las recitábamos como si fuesen poemas.
—
Y ahora ella las repite…
—
Incesantemente cada minuto
del día.
—
Quizá que lo haga quiera
decir algo.
—
Sí: que ha perdido la cabeza.
—
Ya…
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