Noche está sentada en el sofá. Modela un
busto de arcilla y sonríe. El Profesor, que la observa desde el sillón de
orejas, dice
—
Cuéntamelo.
—
¿Recuerdas tu primer
pensamiento matemático?
—
…
—
…
—
Un día vi en una película que
alguien jugaba con una goma elástica y formaba bonitas figuras con los dedos.
Busque una goma en el cajón de la cocina e intenté hacer lo mismo. No fui
capaz, pero me di cuenta de que aquella goma podía encerrar superficies muy
distintas, apenas nada si la estrechaba o todo un cuadrado o hasta algo
parecido a un círculo si la abría lo suficiente. Repetí la experiencia una y
otra vez porque me extrañó mucho que lo mismo pudiese encerrar lo distinto. Me
fascinó que aquello que quedaba encerrado pudiese variar tanto. Cuando, años
después, me enseñaron las palabras perímetro
y área, yo ya sabía de qué me estaban
hablando y de la curiosa relación que mantienen. Eso sí: me gustó mucho
aprenderlas.
—
Wow.
—
Sí.
—
…
—
Te toca: ¿tu primer
pensamiento artístico?
—
Estaba yo un día jugando con
plastilina. Después de mucho jugar tenía varios trozos de distintos colores y
los junté para tener un trozo mayor con el que hacer una casita. Al mezclar los
trozos no me gustó el lío de colores que quedó en la pella, así que me puse a
amasar aquello para uniformizar la mezcla. Para mi decepción vi que, poco a
poco, los colores se diluían en un vulgar marrón sin el más mínimo interés.
Quise entonces recuperar los trozos originales, dejar las cosas como estaban,
pero fui incapaz: por más que rompía el gran trozo de plastilina que había
amasado, todos los fragmentos que obtenía seguían siendo igual de marrones. Me
rendí a la evidencia e hice una casa marrón, pero desde entonces ando
obsesionada con sacarle los colores a las cosas.
—
Wow.
—
Sobre todo cuando son
marrones.
—
Wow.
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