Dice Noche
—
Profesor, no lo entiendo.
El Profesor, que estaba leyendo en el
sillón de orejas, deja el tomo de Rojo y
negro en la mesita de su derecha, se quita las gafas de présbita, mira a
Noche y dice
—
¿Perdón?
—
Que no, que no lo entiendo.
¿De verdad que nunca has pensado en seducirme?
—
¿Seducirte? Qué antiguo suena
eso...
—
No te enrolles.
—
Vale: no, nunca he pensado en
seducirte.
—
¿No te gusto?
—
Cómo no me vas a gustar…
—
¿Entonces? ¿Es una especie de
prueba? ¿Una promesa? ¿Voto de castidad? ¿Una apuesta? ¿Un…
—
Las cosas que parecen
sencillas suelen ser complejas, pero también ocurre lo contrario; lo que parece
complejo suele ser en el fondo mucho más sencillo.
—
Estoy esperando.
—
Lo que no empieza no termina.
No quiero que esto termine.
—
Profesor, no tiene por qué…
Noche no termina
la frase. Ve al Profesor inclinar ligeramente la cabeza y arrugar los ojos como
diciendo “sabes que tengo razón”. Se acerca hasta él, se sienta sobre sus
piernas y se acurruca sobre su pecho. El Profesor la abraza y dice
—
Noche, pesas.
—
Lo sé.
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