Noche entra de la calle. Tira su mochila al
sofá y empieza a dar vueltas por el salón. El Profesor, que está trabajando en
la mesa de dibujo, la observa con atención. Por fin, Noche dice
—
Me tenía que haber decidido,
tenía que haber dicho que sí.
—
¿Y por qué no dijiste que sí?
—
No sé, no me atreví, no lo vi
claro, pero ahora…
—
Entonces hiciste bien.
—
Eso suena muy conservador
hasta viniendo de ti.
—
Lo positivo está
sobrevalorado. La acción está sobrevalorada.
—
¿Tú crees?
—
Gracias a que no dijiste que
sí puedes imaginar lo que podría haber sido y sumirte en la melancolía.
—
Genial.
—
Pero si hubieses dicho que sí
ahora estarías enfrentándote a las consecuencias.
—
Que podrían ser geniales.
—
O frustrantes.
—
En cuyo caso podría imaginar
lo que podría haber sido de no decir que sí y sumirme después en la melancolía.
—
Eso
también es verdad.
B, que andaba
explorando infinitos en el sillón de orejas, levanta su bastón y dice
—
Seguís
empeñados en colapsar la onda.
—
¿Perdón?
B deja de mirar el
cielorraso y, con evidente gesto de cansancio, pregunta
—
¿Cuántas
alternativas ofrecen las bifurcaciones?
—
¿Dos?
—arriesga el Profesor.
—
No: tres —corrige B.
—
¿Cuál es la tercera?
— Tomar los dos caminos a la vez.
— ...
—
Y eso sin
contar con que siempre se puede uno quedar quieto.
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