Noche viste de pies a cabeza un mono negro
muy ceñido con un esqueleto estampado. Su atlético cuerpo y la osamenta superpuesta
constituyen un extraño oxímoron. En el centro del salón juega con una guadaña
de juguete. Entonces va y dice
—
Pero, ¿entonces es verdad?
—
Eso dicen.
—
Pero, ¿por qué esta vez sí?
—
Son los números. Ante ellos
es difícil dudar.
—
Otras veces nos bastó decir
que no fuerte, muy fuerte.
—
Podemos intentarlo si
quieres, pero me temo que en esta ocasión no va a ser suficiente.
—
Pero, ¿por qué?
—
Noche, no hay porqués, tan
solo un porque sí.
—
¿Lo saben ellos?
—
Sí. Hasta han abandonado sus
ritos para esconderse.
Noche se queda quieta, como
pensando. Entonces tira la guadaña sobre el sofá y dice
—
Profesor…
—
¿Sí…
—
No te vas a morir, ¿verdad?
—
Lo cierto es que sí, antes o
después.
—
Pero me vas a esperar, vas a
esperar a que llegue a ti.
—
Haré lo posible, Muerte.
—
¿?
—
Noche, quería decir Noche.
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