miércoles, 8 de abril de 2020

Individual y colectivo

En la pantalla extradiegética se ven a varias personas parapetadas tras sendos atriles. Una de ellas habla mientras en una esquina aparece un recuadro con escenas de gente vestida con equipos de protección.

    Así que es verdad: dos semanas más.
    Pues sí.
    Estás enfadada.
    Según a quién preguntes.
    Pues a ti te estoy preguntando.
    Si te contesta mi cabeza, te dirá que lo entiende. Si es mi corazón, te dirá que no entiende que tengamos que permanecer encerrados por culpa de todos esos que no saben salir a la calle sin amontonarse. Si la respuesta es de mis tripas, joder, esto es una mierda, si no saben nada, si van dando palos de ciego y mientras nos condenan al encierro como si nuestra vida les perteneciese.
    Es curioso, yo lo vivo al revés.
    ¿Al revés?
    Mis tripas hasta se emocionan cuando escucho los aplausos de las ocho de la tarde o veo las historias de entrega de la televisión. Mi corazón se queja de este encierro tan contrario a su costumbre vagabunda. Pero mi cabeza no deja de preguntarse una y otra vez qué derecho tiene nadie a confinarme. ¿Una condena preventiva? Es inadmisible.

Noche y el Profesor se quedan callados. Pasados unos segundos, se miran, se encogen de hombros y dicen prácticamente al unísono ¿Vino? para reírse también a la vez. El Profesor desaparece por la puerta de la cocina para volver a entrar en escena con una botella renana empañada de humedad y dos copas. Las deja sobre la mesa y se deja llevar por Noche, que le coge de la mano y le lleva hasta el centro del salón, donde le abraza y le lleva como si bailasen.

    ¿Y la distancia social? —pregunta el Profesor.
    ¿No dices que soy un sueño?
    Sí…
    Los sueños no somos vectores de contagio.
    Ya sé lo que me dices.

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