Noche, en la mesa de dibujo, trastea con Google Maps. Desde el sillón de orejas, B, que acaba de recitarse a sí mismo los tres mil ciento ochenta y dos versos del Beowulf, le pregunta
—
Sigues buscándole.
—
Mientras le busco siento como
si estuviera.
—
Yo especulo inversamente: no
debe estar muy lejos si nosotros seguimos siendo.
—
¿Acaso somos imaginaciones
suyas?
—
Es una posibilidad.
—
¿Y si fuésemos soñados los
tres?
—
¿Por quién?
—
No sé… ¿por un autor?
—
Has leído a Berkeley.
Noche se ríe relajadamente, como si se
liberase de una tensión interna y dice
—
Pues claro que he leído a
Berkeley. ¿Y tú?
—
Descarada.
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